sábado, 30 de agosto de 2008

Protectores

Sé que me van a recomendar medicación después de leer este post, pero lo mío es un sacerdocio.

Desde hace varios años —y a pesar de mi actitud algo hereje—, estoy convencida de que San Jorge, el guerrero a caballo que mata al dragón, es mi santo de referencia. Me lo encuentro en todas partes: casas de familia, comisarías, me reparten su estampita en el colectivo y hasta aparece en la novela que estoy leyendo (El hombre que fue jueves, Chesterton). El problema, hasta ese punto, no sería grave, si no avanzara en estas presunciones de compañía sobrenatural.

Cuando vivía en Lanús, se me hizo carne la certeza de que mi ángel guardián era una maestra pintarrajeada con cara de loca. En la calle, en un bar, en la esquina de mi casa y cruzando la ancha avenida Hipólito Yrigoyen: cualquier intersección urbanotemporal era propicia para que ella se apareciera frente a mí, haciendo pavadas o con la mirada perdida pero comunicándome que andaba cerca.

Ahora, que me mudé y la docente bonaerense no tiene tanto poder como para materializarse en Flores, estoy viviendo la recurrencia de otra entidad. Es algo más críptica, metafórica, enigmática y aterradora.

Estoy encontrando ladrillos de rastis color rojo, de los grandes.

El colectivo y la Av. Rivadavia, cerca de Carabobo, me han esperado con esas señales. Falta un rasti más para que estos signos se hagan un código y todavía estoy tratando de descifrar qué me quieren decir.

jueves, 28 de agosto de 2008

Untable

El título de este post se debe a que su contenido se parece mucho al tipo de textos que escribe mi hermanamiga Daria en Mermelada y Manteca, sólo que ella puede transmitir mucha más emoción y yo no puedo despegarme del bizarrismo. En fin, zapatero a tus zapatos y va a continuación.

Como siempre que abro el pote de arroz con leche Tregar, industrializado y supermercalizado —lo que haría de ese postre casero una suerte de herejía—, no puedo evitar el precioso recuerdo de la cacerola de arroz con leche que mi papá me dejaba debajo de la almohada para que yo, luego de lesionarme otra vez la cabeza al arrojarme sobre la cama (es una de mis especialidades autodestructivas), me alegrara de manera fanática, a la 1 de la madrugada, por el delicioso banquete que me había regalado.
La muestra cotidiana sobre un horror de seguridad alimentaria que ponía muy feliz a una niña.

lunes, 25 de agosto de 2008

Campaña

Para el área de prensa y comunicación de SanCor

De mi mayor consideración:
me dirijo a Uds. con el fin de sugerirle que, en los envases de yogures con cereal, cambien el número del peso impreso en la gráfica, pues ya resulta demasiado obvio que cada vez se agrega menos yogur en cada pote. Esta cuestión no sólo atañe a la responsabilidad empresarial de brindar información fidedigna al consumidor, sino también influye en la alimentación cotidiana, dado que hay personas que recurren a sus productos para seguir un plan nutricional específico y las cantidades de alimento no corresponden a la etiqueta publicitaria que ostenta cada envase, por lo que se genera confusión y una sensación de aprovechamiento. Aunque esta crítica está dirigida a toda la línea de yogures con una ración de cereales aparte, el Sancor Yogs con cereales constituye un ejemplo modelo de lo que estoy diciendo. Gracias por leer este mail y, por supuesto, espero sus respuestas. Saludos!


(Es en serio: envié esta queja a la empresa a través de su página web, luego de ver que mi pote tenía menos de la mitad de yogur y unos cereales solitarios en la tacita de plástico)

Cartón

En el lugar desde el que se emite la Radio de las Madres (AM 530), el personal de la emisora registra su horario de llegada y de salida con esos tayloristas relojes marcatarjetas,
con las que los jefes equiparan cantidad a calidad, imponen su reloj como el único válido —no me vengan con minutos de diferencia entre máquina y máquina—
y hacen que la jornada laboral sea tanto más (o)(de)presiva.

No deja de ser un dato curioso.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Titanic

Hacía mucho que no me quedaba a dormir en Lanús, casa de mis padres, y muchísimo más que no iba al hipermercado que queda lejos, pero en el que puedo conseguir algo de ropa gimnástica a buen precio y en forma expedita.
Al regresar —harta de que las cajas rápidas estén llenas de personas que por una baguette y una lata de arvejas pagan con tarjeta y anulan la ventaja del "15 unidades máximo"—, subí a un colectivo catraminoso, de ésos que, por no exponerse mucho en la Estación, siguen deteriorados y enclenques como siempre.
Obtuve mi boleto y hui al fondo del vehículo; parada, me detuve en el lugar menos indicado: frente a una compañera de secundaria. En ocasiones anteriores —que he comentado en este blog— resolví no saludar y hundirme en un libro, pero hoy estaba de pie, no tenía lectura a mano y, si era por hacer lo que no se hace nunca, mejor darse por aludida y conversar inútilmente.

—Carla, ¿cómo estás?
—Ah, hola, ¿cómo estás?

(UY, ESTÁ TAN AGRIA COMO SIEMPRE. ESTO VA A SER COMPLICADO)

L —Bien, tenés cara de sueño.
C —Sí, es que vengo de la guardia.
L —Ah, ¿guardia médica?
C —Veterinaria.
L —Ah, ¿seguiste Veterinaria?
C —No, me falta todavía y termino el año que viene.

(LA AUSENCIA DE PREGUNTAS DE SU PARTE ME INDICA EL FIN DE LA CHARLA. MEJOR ASÍ)

No obstante, Carla me sigue mirando, esperando que siga yo solita con este bodrio.

L —Ehhhh, ¿ves a alguien? ¿A alguna de las chicas?
C —No, a Pablo nomás. ¿Vos?
L —No, a nadie.
C —Terrible nuestra desconexión.
L —Sí, la verdad que sí.

(POR FAVOR, ¿DÓNDE SE BAJA ESTA CHICA? ¿QUIÉN ME MANDA A INNOVAR EN MI INCOMUNICACIÓN CON LOS RESUCITADOS DE LA ADOLESCENCIA? VAYAMOS AL GRANO)

L —¿Vas hasta muy lejos?
C —No, hasta unas cuadras más.
L —Ah, bien, seguís en la casa de tus viejos.
C —Sí.

(NECESITO QUE SE VAYA AHORA O QUE MIRE POR LA VENTANILLA. SI NO, PREGUNTARÉ UNA IMBECILIDAD DE LA QUE ME ARREPENTIRÉ PARA SIEMPRE)

Carla parece muy cómoda con mi sensación de infierno.

Carla parece seguir cómoda con mi sensación de infierno.

Al final, me rindo:

L —Eh, y con el tema de la veterinaria, ¿te dan pena los animales cuando se van a atender?

¿te dan pena los animales cuando se van a atender?
¿te dan pena los animales cuando se van a atender?
¿te dan pena los animales cuando se van a atender?

Una idiotez con la que Carla se quedará para contarle a todos los ex-5to. C que encuentre en su camino —ella sigue en Lanús y yo me fui: obviamente tiene ventaja. Parece disfrutarlo: es la única respuesta larga que me da, mientras se pone de pie, se ajusta la mochila y se prepara para bajar. Luego me suelta un "me alegro de verte" y yo, furiosa, digo "bueno, listo, chau! Yo también".

No hay que saludar a los ex-compañeros de secundaria. Si nunca admitieron odiarte, no lo harán ahora, pero jugarán su última carta para verte caer.
Todo por una maldita calza de gym.

martes, 19 de agosto de 2008

Piononoriental

Laura: Decime la verdad, ¿te gusta en serio el sushi?
Luciano: Eh? Sí, claro.
La.: No, no, pero quiero decir si te parece rico como te gusta, qué se yo, una pizza con jamón y morrones.
Lu.: No, bueno, es que yo aprecio la comida fina, no como otras personas.
La.: Apreciar es una cosa, pero ¿te gusta o no te gusta?
Lu.: Sí, la disfruto.
La.: No, disfrutar es otra cosa; ¡TE ESTOY PREGUNTANDO SI EL SUSHI TE PARECE RICO O NO!

Hoy caímos en la salida cool de pasear por el barrio chino de Belgrano para hacernos los distinguidos y comprar semilla/cereales/yuyos/ovnis alimentarios de los que no podemos ni pronunciar el nombre.
Por la noche, cuando decidimos capitalizar nuestros hallazgos en una cena oriental made in Flores, le comenté a mi concubinovio como al pasar que, en mi opinión, el gusto por el sushi es una mentira, porque el sushi es indudablemente feo y, con seguridad, los chinos deben estar riéndose de nuestros esfuerzos por degustar ese híbrido y poner cara de placer:
Luego de ganarme los primeros motes de "obtusa", "primitiva" e "insensible a la comida fina", continué con mi argumentación: el sushi sólo tiene sentido en un contexto oriental que, sabiendo de la tradición, pueda digerir ese bólido insípido, de la misma manera que los argentinos degluten
riñoncitos, morcilla y demás achuras que, de no estar inscriptas en una costumbre gastronómica, saltarían claramente a la vista como asquerosidades imposibles de tragar.
Por supuesto, los epítetos lanzados hacia mí se multiplicaron hasta redondearse en un silencio desaprobador que no me permitió avanzar en la polémica. Pero como no me amilano con facilidad, desde este humilde púlpito convoco a una campaña para desenmascarar al sushi y, en el mismo movimiento, desbarrancar a todos los autoritarios que nos prohíben hablar mal de esa trampa para occidentales engrupidos.

sábado, 16 de agosto de 2008

Conjuro

Y de repente, recuperé la sensibilidad urbana —después de tesinas y presentaciones— para escuchar esto:

"¿Viste? ¡La gente pensaba que no eras un nene, que estabas trabajando acá!"

Contexto: en uno de esos pútridos festejos de cumpleaños en Mc. Donalds, un niño descubrió que el sitio de juegos no era tan ergodinámico como se pretendía y lesionó su pómulo contra alguna superficie en punta. La empleada encargada de la diversión, viendo llegar el Averno en plena Av. Santa Fe esq. Pueyrredón, decidió darle su gorro de jean y consolarlo sin demostrar desesperación, estado que el chico —dado que es un chico— podría aprovechar sabiamente hasta el abismo.

No sé cuál de las dos percepciones es más escalofriante: si la de no parecer más un niño cuando se lo es, o la de laborar pacientemente en los boliches de ese payaso fantasmagórico.

Veranodel88

Mientras con el maldito 114 paso por la puerta de una peluquería masculina que, de puro entusiasta, ostenta un afiche gigante de Antonio Banderas debajo del nombre del coiffeur florense dueño del emporio —tal vez la asociación equívoca pueda obrar milagros—,

me doy cuenta de que los gimnasios de barrio —aquellos que no terminan en "tlón" ni tienen nombres en inglés— presentan una extraña afición por bautizarse con nombres de locaciones de la costa bonaerente o bien con apodos para perros masticahumanos. La erotización para estos personal trainers —que, como sabemos, siempre se encuentra en el circuito de aparatos y en los espejos que reflejan sus atrofiados y venosos músculos— parece discurrir por extrañas aficiones de despedazamiento o se remontan a vacaciones adolescentes en las que todos los días se hace prácticamente lo mismo.

Todo este post es una forma de vengarme del regente del gimnasio al que yo asisto, que me impuso la portación de un carnet de cartón insulso con una advertencia: "si lo perdés, el costo de reposición es de 5 pesos, ¿sabés?".

¿Qué nos importan estas bobadas?, dirán ustedes. Yo contesto: agradezcan. Son las 4 y media de la mañana y estoy reanudando las escrituras en este blog desmadrado.

domingo, 3 de agosto de 2008

Solidaridad

No nos oponemos a que las amas de casa anhelen la aventura, quieran utilizar las botas nuevas, deseen emperifollar a sus cachorros y busquen opciones para elevar su producción de adrenalina. Incluso, apoyamos su iniciativa, pero, por favor,

NO LLEVEN A CABO ESE PROYECTO
EN VACACIONES DE INVIERNO
Y EN LOS PASILLOS DEL SUBTE

Hay personas que están apuradas, otras que llegan tarde y un grupo de ciudadanos, entre los que me cuento, que sufre de las dos dolencias; estos 14 días infernales no nos están haciendo bien.