domingo, 27 de febrero de 2011

Observaciones

Ella, la que nunca dio una clase en serio, la que dedico 30 minutos para contar que se había separado, que no podía vivir sin internet y que, mientras estaba en la bañera, esquivaba a la madre cuando la llamaba por teléfono. Ella, la que coordinó una ronda de datos personales inútiles (¿tenés blog o fbk?; ¿tenés casilla de e-mail?; ¿bajás música?) al son de pasarse una pelota de goma eva que tenía dibujado el mundo, y no te dejaba empezar a hablar si no la tenías en la mano. Ella era quien tenía que tomarme un final, y comenzó:

—¡Ay, pero qué letra de loca que tenés! ¡Terrible, letra de muy loca!

Eso no fue todo. También se encargó de finalizar del siguiente modo:

—¡Qué fea tu foto carnet! Miren la libreta universitaria, ¿qué te pasó en esa foto?

Así descubrí que ella, una especie de flan tecnológico con mirada vacuna, a la que no se le cayó una idea en 4 meses de interacción, todavía tenía más observaciones brillantes para hacerme. Convencidísima de que su fucking materia, en el marco de un profesorado soporífero, traería la revolución de la igualdad y la inteligencia, no aceptó mi escepticismo, tanto como yo no acepté su presencia. Nos tuvimos que soportar, y así terminamos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Superviviente

Mientras escribo y pienso por qué no estoy estudiando para el hermoso final que tengo mañana, a la vez me acuerdo de algo que vi en una vidriera y me dio la pauta de por qué nadie aprende música en la escuela.
Por todo eso que se me agolpa en la cabeza es que no estudio. Pero, si el objetivo a) está perdido, mejor será abocarse al b), consistente en denunciar una aberración de la melodía, que es la supervivencia del "tonete". Ni flauta, ni quena, ni trompeta: tonete, algo así como un instrumento de viento para que te alejes de la música de una vez y para siempre. Una forma anodina, un sonido afónico, enseñado por maestras de música con peinados extraños que piden, con impaciencia, que suene bien el Himno a la Alegría con esa porquería. Soplar un caño de PVC tapado con masilla en lugares estratégicos suele ofrecer mejores resultados que esta frustrante tarea.
No puedo creer que siga existiendo el tonete. Aunque, por otra parte, no es nada contradictorio: es parte de los proyectos escolares que afirman estimular cierto talento cuando en realidad lo desalientan para siempre. Algo así como encargar La leyenda del Mío Cid para generar interés en la lectura, estudiar manuales para entender historia, o hacer ejercicios en circuito para resaltar lo divertida que es la actividad física. Ahí, en la intersección entre "gusto por la música" y "ganas de aprender un instrumento", entra el tonete para destruir cualquier afán artístico.

Muerte al tonete.

domingo, 20 de febrero de 2011

Superhéroe

Él y yo (en el orden del diálogo, "yo y él"):

—Ah, mirá que el viernes René dijo que...
—¡Qué bueno, fuiste a ver a los Muppets! ¿Te habló la rana René?
—No, me refiero a René de Calle 13. Él dijo claramente que, si en una casa había situaciones de maltrato, él iba a ir para mediar.
—Mirá qué bien, che. Qué buen tipo. ¿Les pasó el teléfono ahí, en el recital?
—Sí, en pantalla gigante nos dejó un 0-800 para llamar. Pero bueno, lo que quiero comunicarte es que, desde el viernes, mi definición de "maltrato" es muy amplia y flexible.
—¿En serio?
—Sí, por ejemplo: en Navidad me compraste unas historietas que nunca me diste y que leíste solo porque dijiste que "al final eran malas". Eso sería maltrato. Ahora, que volviste de viaje y te pedí que me compraras un dulce y no lo trajiste, eso también es maltrato.
—¿Así que me estás engañando con el pensamiento? ¿Querés que venga René a esta casa?
—Epa, Balaguer, ¿ahora se engaña con el pensamiento? Un rato nomás; después le decimos que nos arreglamos, pero que venga así lo veo de cerca.

Babosa total.

sábado, 19 de febrero de 2011

Flit

Semana, gudbái.
San Valentín cae como las empanadas fritas a las 10 de la mañana.

En estos gráciles días, me vi carcomida por el vértigo, me sumí en un episodio de nervios, me olvidé del último escalón de la escalera y me hice un moño con el pie, me dio por el ostracismo justo cuando más tareas outdoor tenía, escribí poco y nada, me levanté tardísimo y dormí pésimo. También suspendí las cosas que más me apaciguan de mi rutina, vi cómo los días pasaban volando pero mal, la wi-fi que aligera mi trabajo se fue para volver sólo con un técnico bien dispuesto, y me di cuenta de que en febrero no podré hacer todo lo que tenía planteado. Que, siempre, es mucho o demasiado.

Supongo que estas épocas de tempestad sirven para que la semana siguiente llores de emoción sólo porque el colectivo te hizo esperar menos de 15 minutos. Es decir, para que tengas la alegría tonta regalada y/o bonificada.

Semana, gudbái.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Contienda

Por haber extrañado la casa, por haber tenido ciertos fracasos de tiempo libre, por haber deseado dormir en la propia cama, o por querer recuperar la intimidad que tanto bien le hace a las miserias personales, lo cierto es que el regreso de las vacaciones implica, en el minuto siguiente a traspasar la puerta de casa, suelo hacer algo extraño o extravagante. Cocinar una comida de ésas que añoré preparar, limpiar el baño, mirar el único capítulo de una telenovela mexicana que nunca más sintonizaré, mandar el mail que siempre quedó relegado —incluso, antes de irme—, volverme dócil y flexible con las tareas que reclamo a los gritos en "etapas hábiles", o ponerme a trabajar a las 3 de la mañana; cualquier estupidez que podría hacerse otro día toma un carácter de imprescindible y urgente. Esta vez, el regreso de un corto viaje me prometía algo más adrenalínico: apostar en las subastas de mercado libre por sillones retro. 2pé, 5pé, 20pé o 30pé; todo vale para sentirse una jugadora compulsiva que insulta al monitor cuando un desconocido, por vías virtuales, supera su oferta, así como permite experimentar esa sensación de que "eso" es lo que siempre quisiste y nunca te diste cuenta, aun siendo el usuario más activo en un remate de medias de toalla agujereadas. Pero esta vez encontré un silloncito setentoso que no pienso dejar pasar. Por eso, vos, "usuario santiblabla", que me corrés apostando un peso más que yo cuando no estoy conectada, olvidate de sentarte en la que será MI nueva adquisición. Desistí ahora antes de que sea muy tarde para lágrimas. Parafraseando a un mandatario yettattore, el chiche vintage es mío, mío, mío.

sábado, 5 de febrero de 2011

Aterrizaje

Insolada, tenés libro.
Y después decís que no te miman.
La Vaca Mariposa Editora es la responsable de esta osadía que, seguro, pagará caro.




















Separatistas

Plaza de los Virreyes, línea E.
Dos muchachones (con todas las características que los hacen "ones") sorbían con ruido una caja de jugo Baggio y comían un sandwich con estrépito. Su viaje comenzaba como siempre, cuando observaron lo impensado: una mujer entraba a la cabina de conducción del primer vagón, lista para poner el chorizo subterráneo en marcha. Reproducción del diálogo:

—Uy, boludo, ¿una mina va a manejar el subte?
—Sí, boludo, nos vamos a matar todos.
—No, yo te digo lo que hacemos: que ella se quede con el primer vagón y nosotros, en este que es segundo, nos separamos y seguimos por nuestro lado. Más vale.

Machismo vehicular por encima y por debajo de la tierra. Tal vez sea una planta gigante y maloliente que, en los caminos del subte, muestra sus raíces.