lunes, 16 de julio de 2012

Transicionera

Para una madre primeriza, el concepto "transición" es vital para sobrevivir cualquier momento indescriptible de su experiencia con el bebé: si no duerme desde hace semanas, está en la transición de los dientes, si se despierta cada 20 minutos, está en la transición de saber que es un individuo separado de tu persona —algo que le parece horrible ahora pero luego, con la vergüenza que le vas a dar en la adolescencia, va a agradecer con todo el corazón—; si se amotina y se vuelca apenas lo sentás en el piso, está en la transición hacia el gateo, y demás fases metamórficas que intentan explicar por qué hace varios meses que no te peinás como corresponde, olvidaste el hidratante facial matutino, ni usás tacos.
Sin embargo, existe otro tipo de transición y es la temporal: aquélla que surge cuando el bebé está despierto, no quiere hacer nada por su cuenta y hay que cargarlo a upa hasta que cambie de opinión. Esta fase del día se distingue claramente de la que, gloriosamente, nos permite hacer algo de manera mínimamente eficiente porque el retoño duerme o juega, y también se separa de la que, en forma desesperante, te sumerge en el ritmo gomoso de un niño preso del fastidio o del sueño. La transición ondulante del bebé a upa parece, a simple vista, un castigo, pero en realidad es una oportunidad revolucionaria para hacer aquello que evitamos sistemáticamente cuando (oh, ociosos) salíamos viernes y sábados: solucionar por teléfono gestiones comerciales o trámites varios. Sí, señor: todos los organismos públicos y las empresas con número para quejas deberían prevenirse de hacer las cosas mal, porque la defensa al consumidor, hoy, viene de la mano de las madres que no pueden hacer otra cosa que pelearse o consultar idioteces por teléfono. Aprovechando estos tiempos transicionales, entonces, pude concretar las siguientes cosas inútiles para la vida real y supuestamente fundamentales para la existencia administrativa:
a. Saber en qué obra social estaba inscrito el padre de la criatura, conocer los papeles que hay que presentar para inscribirse, y descubrir que todo trámite es personal frente a la AFIP. Como él no vive la transición del bebé a upa y eso implica salir a la calle, la gestión se vio trunca, pero todo lo que se podía lograr con el teléfono se consiguió.
b. Llamar a farmacity para quejarme por la mala calidad de una mamadera que compré por error, a la que se le borraron los números con el primer lavado. Nadie me atendió jamás, pero yo trabajé mucho marcando los números en el aparato.
c. Comunicarme con mi nuevo trabajo para saber si otorgaban leches y pañales a los hijos de sus becarios durante el primer año de vida. La respuesta fue negativa, pero yo sí que me enteré por teléfono.
d. Hablar con las dinosaurias secretarias de un organismo de derechos de autor para saber si es posible afiliarse a su obra social. Me informaron que, aunque estaba al cuete en casa mirando a Anabella Ascar, igual seguía teniendo 30 años y sus planes eran pensados para gente mayor. Que no joda. Pero yo eso también lo supe telefónicamente.
En fin, que el tiempo de la transición a upa me brinda siempre electrizantes aventuras con final imprevisto. A ver qué genialidad vertiginosa se me ocurre para mañana.