viernes, 29 de abril de 2011

Colaboradores

Las prácticas de manejo en el barrio me están dejando exhausta, pero mi cansancio no proviene del volante, sino de la mirada ajena. En efecto, me intriga e indigna cada vez más la insuperable curiosidad maligna del vecino, ésa que te ve estacionar en 32 maniobras y te mira con cara de "tomate un colectivo y dejanos a todos a salvo, nena". En mis recorridos más antropológicos que virtuosos, descubrí tres especímenes dignos del insulto a viva voz y con el matafuegos en la mano, ahora que puedo tenerlo:
1. El celoso de la cochera: el tipo ve que hay 4 personas que te van indicando "un poco más, dale, ahí, pará, sacalo de nuevo", pero aún así considera que sos una conductora maleducada que va a estacionar el auto, para siempre, en su bienamada entrada de garage. Jamás piensa que un lugar para estacionar, cuando no está inmediatamente solicitado, es una gran oportunidad para practicar el aparque en un "contexto protegido" solamente por un rato: no, necesita salir de su casa (con el auto guardado y sin necesidad de salir, claro), para indicarte "ni se te ocurra dejarlo acá, eh?".
2. La vieja cuidadosa del mandato masculino: y se merece que le digan "la vieja" porque su cara de escándalo cuando me ve practicar le hace ganar la caracterización irrespetuosa. A través de sus anteojos gigantes, que le agrandan los ojos hasta que parece un topo, mira con ganas de llamar a la policía para que me pidan documentos y me recomienden que un señor de mi entorno tome el poder en el vehículo. Cree sinceramente que hay que nacer sabiendo y que, para ello, hay que nacer hombre.
3. El machista pasea-perros: un hombre rutinario que sale a la misma hora, todos los días, para pasear un can medio bobo que está harto de que le dé idéntica vuelta ad infinitum. Salir a practicar a horarios similares, por la noche, aunque sea para poner en marcha el auto, es una manera ineludible de hallarlo caminando por la vereda, con los ojos clavados en mi volante y descuidado de si al perro lo abducen los ovnis 20 metros más adelante: está esperando que raye con intensidad al auto de adelante y que, como es obvio, me largue a llorar.

Espécimenes indeseables, cuando tenga el registro, les dedicaré un "in your face" apenas los vea. Múdense, tiren los anteojos o pónganle control remoto al perro, porque voy por ustedes.

jueves, 21 de abril de 2011

Estresha

Hasta dos, lo admito y lo admiro. Pero seguir tres carreras universitarias me parece un signo irrefutable de padecer problemas sociales. Así lo pensé cuando un Ignatius Reilly vernáculo se apostó en la clase del seminario al que asisto, y afirmó cursar "derecho, sociología y ciencia política". El mundo de la universidad está muy lleno de esos personajes: por lo general son gigantes, desmesurados en su cuerpo, su voz y sus movimientos, tienen apariencia de sucios o de transpirados, vienen siempre con la misma camisa, y todo el tiempo interrumpen una exposición para derivar el tema hacia lo que se sienten más orgullosos de haber leído: con frecuencia, autores alemanes por los que literalmente ponen en juego su continencia urinaria y, como es de esperar, la pierden.
Pero, además de pensar sobre él cuando irrumpe en mi sopor cotidiano como alumna, ahora le agregué el deseo de apuñalarlo con un lápiz de mina mala, made in China. Ese sentimiento destructivo surgió en mí con el siguiente diálogo:

Profesora: bueno, si alguien quiere preparar un texto para alguna clase, y exponerlo, yo no tengo problema.
Ignatius: eh, a mí me gustaría trabajar el texto de msssrpppplumnerbant (autor alemán).
Profesora: ¿sí? Pero ese texto tiene 1800 páginas.
Ignatius: en mi edición de MFJSC tiene 1400 páginas, eh?

Espero que este fin de semana religioso lo encuentre atrapado en un huevo de Pascua gigante, y que para el martes aún no haya podido salir. No creo que sea mucho pedir.

martes, 19 de abril de 2011

Razón

—Sí, che, desde el chileno, nada de nada. Para mí que el pibe puso una foto mía dentro de un taper y me hizo un gualicho: "ésta no va enganchar nada después de mí", porque si no, no me explico qué está pasando.

Está tan inentendible el universo masculino que mis amigas optan por argumentos relacionados con la brujería. No me parece mal, eh.

martes, 12 de abril de 2011

Cultas

—La otra vez estaba mirando una película en no sé donde. Bah, no hay muchas posibilidades: los únicos canales que miro son Film & Arts y Europa-Europa.
(Profesora de seminario, tratando de comentar algo mediático)

Tal vez por mi apego a lo bizarro y mi inocultable pasión por los programas basura, no hay nada más irritante que la gente que se jacta de no ver televisión o, peor, que dice que sólo ve cosas culturosas: ni siquiera caen en la tentación del noticiero. Hace algunos meses, dos chicas que recién salían de un curso de teatro —a juzgar por su conversación—, competían por ver quién de las dos era menos apegada a los huecos de la vergüenza televisiva:
—Claro, sí, actuando parecía una mezcla de Pablo Echarri y Nicolás Cabré.

—Ah, no sé, porque yo no miro televisión.

—Claro, yo tampoco, pero bueno, sé los nombres porque mi mamá sí prende el televisor, y no puedo evitar conocerlos.

—Bueno, miento: en realidad miro televisión, pero lo único que veo es Canal À.

—Ah, sí, eso sí: yo tampoco veo nada, pero sí miro Canal À, que está buenísimo.
Casi me introduzco en la senda de sus puñales de culpa mediática para decirles que si no conocen a Jacobo Winograd nunca van a entender nada sobre los frutos menemistas más allá de 1999, y que si miraban Canal À cuando Silvina Chediek le pedía a su sufrido co-conductor (Esteban Morgado) que tocara la guitarra y cantaba bajito, en un intervalo de comentarios art friendly idiotas, ahí sí que se merecen el infierno y ni 15 minutos de tv increíble. Hagamos la ola, por favor, que ahí viene la Pradón y si nos portamos bien nos va a bailar salsa como hace 20 años, pero tal como está ahora. Un deleite.

jueves, 7 de abril de 2011

Bálsamo

Está bien, hoy fue un día arduo y enroscado como pocos: tuve una clase soporífera, un trámite que duró más de la cuenta, me enteré de que tengo que volver a concursar mi trabajo 2 meses antes de lo previsto, en una reunión dije un chiste y todos me miraron con cara de "qué idiota y poco seria que sos", llegué tarde a casa y, como siempre, quedan mil cosas por hacer mañana. Pero nada importa cuando ella llega a mi televisor, porque su presencia en la pantalla me indica que empezó uno de los mejores programas de la tv bizarra por cable: Ferny y su mágico requinto. Una locución espasmódica, 700 mensajes por tanda leídos desde la cocina de la casa, grabaciones de recitales inauditos, registros de fiestas por contratación increíbles, un fernymóvil infernal para recorrer los festivales de folclore, publicidades que anuncian los negocios de los familiares, entrevistas con muchísimo ruido ambiente y una serie de invitados con rostros desconcertados que tratan de seguir, con su instrumento o con su voz, los gorjeos de la conductora, una niña hipercrecida maquillada y vestida como si hubiera salido de una telecomedia de la década del 90. Todo eso, los miércoles de 23 a 24 por Argentinísima. No creo que haya muchas terapias rápidas como ésa.

viernes, 1 de abril de 2011

Tutú

Un nuevo integrante del inventario hogareño ha hecho que me sume a una nueva aventura: un auto en la puerta. Ergo, hay que aprender a manejar cuanto antes, y sacar el registro. ¿Eso implica que se terminan las crónicas de colectivos? De ninguna manera; en principio, porque ni en sueños pretendo acceder al insoportable centro porteño en 4 ruedas —sería agravar la situación irrisoria de 1 persona por cada coche que ocupa mucho lugar en la vía pública. Segundo, porque tardaría mucho tiempo en reducir los inmensos riesgos que ocasiona mi sola presencia frente a un volante que no sea de papel y publicite clases de yoga. No obstante, en mi excursión antropológica por los cursos de manejo, por los comentarios surgidos de la noticia de "tenemos auto", y por las intentonas de conducción automotor por el barrio —con conductores con registro, no quiero multas a través del blog—, pude obtener las siguientes 7 verdades sobre el mundo de los conductores aprendices de autos en la ciudad: 1. El lugar de estacionamiento en la cuadra es sagrado: lo comprobamos cuando, a las 3am, puse en marcha el auto sólo para ver cómo se escuchaba —otra cosa no podía hacer— y de una casa desconocida salió una mujer en piyama para preguntar si nos íbamos, pues así ella podía estacionar su auto ahí mismo. 2. Los tiempos se hacen chicle: aprender, sacar turno para obtener el registro, completar la secuencia de trámites y realizar tu deseado viaje a ¿Brandsen? llevará muchos más meses de lo que pensabas: por lo menos, 9. Un parto. 3. La mayoría de las personas con las que hables aprendieron mediante un curso de manejo: es decir, la opción artesanal de "te enseña un amigo o familiar que sabe" está cada vez más en desuso. 4. La mayoría de las personas que aprendieron mediante un curso de manejo fueron a la prueba sponsoreados y, por eso, aseguran que nadie se fijó demasiado en su performance de examen: ergo, pareciera que la fórmula mágica está en los autos ploteados que dicen "autoacademia". 5. La mayoría de las personas que no aprendieron mediante un curso de manejo te ofrecen la gestión de un "conocido" que, por una módica suma, te otorga un registro sin que vea si conducís un sulky, un karting o el auto de los Picapiedras: ergo, esas personas también tuvieron su fórmula mágica para pasar un examen sin estresarse. Lo que les admiro es la capacidad para salir a la calle sin ese mínimo testeo previo de no-suicidio. 6. Si sumamos los grupos de los puntos 3, 4 y 5, y ese resultado se resta del universo de personas que van a dar una prueba de manejo, lo que queda es la soledad misma: ser la única kamikaze que va con un auto sin publicidad, estudiando desde la casa, y sin un curso comercial de manejo previo. 7. Si tu mundo es la soledad misma, y estás empezando a manejar, mirá por el espejo retrovisor y apartate: lo más seguro es que detrás esté yo, sin curso, sin publicidad en el auto, con amigos y familiares heroicos pidiéndome que preste atención a la maldita loma de burro, distraída/angustiada y con el cambio todavía en primera, todavía preguntándome dónde están los frenos.