Y justo cuando mi amiga (
M) me comenta que, por ahí, el perro me mordió sorpresivamente porque percibió que un espíritu extraño me acompañaba —y no se refería a mi ánimo—, el cantero de la vereda de casa es el escenario de un extraño mensaje.
Hace varios meses, decidí plantar un
aloe vera en la puerta de casa, considerando que era una planta aguantadora y sin demasiado valor comercial como para que cualquiera nutra su kiosco de oportunidades arrancándola. Creció contra viento y lluvia, contra los pis de perro y contra los culopesado que arrojaban su bolsa de basura desde el umbral y, oh casualidad, siempre encestaban
en el medio de sus hojas. Un día, se hizo fuerte y tuvo un hijo: un pequeño brote de aloe que apareció a su lado. Otro día, algún bienaventurado desconocido decidió que estas plantas crecerían mejor en sus macetas y se las llevó. Debo decir que la extracción fue prolija y hasta nivelaron la tierra.
Hoy, apareció el
brote-hijo en el mismo lugar donde estaba antes del hurto. Un poco más grande, pero rozagante, firme, y como diciendo "Vilma, ya llegué". ¿Cargo de conciencia? ¿Un caso de
aloe zombi (que opine el
experto)? ¿El
aloe aprendió el camino a casa y se escapó de su lugar de captura? Un verdadero misterio, que no tardará en ser objeto de un nuevo robo.