lunes, 29 de octubre de 2007

Fama

Como no había nada aceptable para merendar en casa, recurrí a unas facturas del jueves que, mediante un suave tostado, se hicieron comestibles nuevamente.
Dado que no puedo sobrepasarme con la comida, sólo elegí dos mitades, correspondientes a dos facturas chiquitas, para evitar el atraco.
Cuando comencé a degustar la segunda mitad (la más apetitosa, porque siempre hay que dejar lo más rico para el final), me recordé que no podía comer esa clase de cosas y, con toda celeridad, envolví mi manjar en una servilleta y lo tiré al tacho de basura, procurando que se inserte entre la yerba usada y las cáscaras de zanahorias, para no intentar un rescate.

Posiblemente no llegue a adelgazar demasiado con estas actitudes espasmódicas, pero tal vez, con mis renuncias tortuosas, llegue a escribir un libro post-blog, de esos que ahora son furor pero en 6 meses se venderán en las librerías de saldos de Corrientes (Capital Federal, Buenos Aires, Argentina) a 8 pesos. Títulos posibles:
  • Gordah
  • No comas, gordah
  • Ya basta, gordah
  • Otra vez te tentaste, gordah
  • Te pescamos in fraganti, gordah
  • No podés con tu genio, gordah
entre otras opciones. Se aceptan propuestas, siempre y cuando no me conduzcan a lo más hondo y oscuro de mi autoestima.

sábado, 27 de octubre de 2007

CommonSense

Francisco de Narváez (candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires):
- Hay que separar la ideología de la política. Tiene que volver el sentido común. Hay mucha ideología y la gente quiere alguien en quien confiar. A mí me encuentran por la calle y me dicen "Francisco, ¿puedo confiar en vos?; si te voto, ¿puedo confiar en tus promesas?".

Mirtha Legrand (conductora de TV, que ha demostrado su fanatismo por todos los funcionarios que viven de Recoleta hacia el norte, o bien en la provincia de Buenos Aires, pero en férreos countries):
- Ay, sí, la gente está muy desilusionada. Es que se hacen cosas muy malas en política, se tratan muy mal. ¿Usted vio lo que han dicho de usted? Que era un hombre rico que quería hacer política.

Francisco de Narváez:
- Bueno, pero a mí eso no me afecta... (risas) Claro, ahora resulta que yo soy un millonario! (más risas).

Mirtha Legrand:
- No, Francisco, a vos no te afecta porque sos un muchacho muy bien intencionado, pero la verdad es que los políticos se hacen cosas muy malas, se dicen cosas muy feas...

Más allá de que yo quisiera conocer a la gente que, con hondo dramatismo, le hace esas preguntas a De Narváez por la calle (sobre todo, me encantaría saber en qué calles sucedió eso), lo cierto es que si no tenés las neuronas en el freezer, es casi obvio que hay que cambiar de canal o, directamente, apagar la TV.
Creo que "sentido común" es uno de los conceptos más temibles en épocas de plataformas políticas, y esas conversaciones que no llevan a nada pero dicen todo se han multiplicado en las últimas semanas.

Peuser

Una calle que se llama "Mundial '78", como si no se hubiera hablado bastante sobre el tema.
"Sobremonte" (el virrey del desfalco) se transformó en una arteria paralela a "Igualdad".
"Meloncito de olor" es una senda romántica en uno de los extremos de la ciudad, y el tanguero "Siglo XX" designa otro camino en el borde opuesto.

Como si todo esto fuera poco, un conjunto bien nutrido de calles hace honor a la afición, creencia y cosmología del actual gobernador y candidado a Presidente de la Nación: Marte, Neptuno, Júpiter, Mercurio, Saturno, Avenida La Luna, Venus, Urano y Las 3 Marías, a las que se añade el signo zodiacal de Sagitario.
Todo hace pensar que las denominaciones Roswell, Alf y ET sean el próximo paso si gana las elecciones.

Todo esto y mucho más, en Merlo que, a pesar de los nombres de su croquis, curiosamente es el único (o casi único, no sabría aclararlo) reducto no rodriguezsaaísta de San Luis, por lo menos hasta mañana.

jueves, 25 de octubre de 2007

Hedonismo

Decidir que no voy a dar ese examen que tenía previsto y coronar mi determinación con una dosis de Brancamenta, empanadas caseras y TV, todo en simultáneo, a lo bestia y sin glamour.
Eso es hedonismo.
Hedonismo que, por supuesto, se basa en darse premios cuando no se merecen.
Pero ya elaboré todas las justificaciones y excusas del caso y, puedo asegurar, soy imbatible a cualquier argumento que pregone mi pereza, mi desorden o mi diletancia.
Y si fallo en mi defensa, otra dosis de Brancamenta me aportará los nutrientes que necesito para seguir con mi rutina.

Sacramento

Partidaria de la convivencia sin casamiento.
Defensora de la autonomía económica femenina.
Atenta a los discursos machistas ocultos en las palabras del más progresista.
Furiosa con los concursos de belleza, que destilan sexismo y olor a viejo.
Propulsora de la maternidad post-30.

Un conjunto de características y objetivos que se esfumó de repente, tan pronto como una compañera de secundaria subió al colectivo y yo, sin pretender saludarla (no tenía mucho para decirle), miré instintivamente su anular izquierdo, sólo para ver si se había casado.
¿Qué extraño chip de anticuario seguiremos teniendo las mujeres?

Y no la saludé en todo el viaje que compartimos. Pero ella tampoco y, tal vez, me había reconocido tanto como yo a ella. Nadie puede mirar con tanto interés, por la ventanilla, las calles que recorre el 112.

lunes, 22 de octubre de 2007

Degüey-oflaif

¿Por qué sera que todas las figuras del espectáculo que tienen un pasado de

drogas y festicholas impúdicas,
pastores evangelistas,
alcohol y más festicholas inconfesables (incluso, en el orden presentado),
malos programas de TV,
peleas en cámara,
antecedentes penales,
amores promiscuos o impresentables,
fotos con Menem,
ropa animal print,
ropa animal print sólo de leopardo,
silencio en la dictadura,
bailanta feroz,
simpatías por Aldo Rico o por Patti,
alguna candidatura bizarra en política,
un hijo perdido por la vida,
un hit de verano,
un papelón irremontable,
playbacks en La Noche del Domingo con Gerardo Sofovich,
exitazos en México que nadie pudo confirmar,
prestigio indiscutido en Chile que nadie puede aseverar,
arenga por los muchachos de Malvinas en el 82 para que la gente deje sus joyas,
pantalones de cuero con camperas bordadas de dorado,

siempre termina cantando el bodriazo de "A mi manera"?

lunes, 15 de octubre de 2007

Terrorcarril

Vivir en un sector de la ciudad surcado por vías de ferrocarril acrecienta las posibililidades (elevadas y casi absolutas, en mi caso) de llegar tarde a cualquier lado.

El funcionamiento es casi sádico: sólo hace falta que un chofer de colectivos decida disfrutar de un tiempo de descanso frente a un semáforo en rojo que podría haber evitado y, de este modo, la profecía se cumplirá en forma irremediable.

Hermanos demoráticos: busquen las praderas, las playas o los sitios que puedan cruzarse en diagonal. Hay muchísimos lugares urbanos que no fueron hechos para nosotros.

domingo, 14 de octubre de 2007

Iluminación

Y cuando estaba pensando en ésa y en otras cosas más, surgió la conclusión irrefutable, universal y certera de por qué a las mujeres les gustan los jugadores de fútbol:

Porque es un modo de sobrevivir a las elevadas dosis de exposición televisiva (involuntaria) de eliminatorias, amistosos, enemistosos y partidos innecesarios.

Lo entendí cuando solté un "Epa, Zanetti", motivado por una caída y posterior recuperación del delantero, que, luego de un ágil movimiento, tuvo una sugerente desacomodación de su uniforme deportivo.
Como nunca antes había sufrido ese síntoma, mi explicación fue la siguiente:
"ah, claro, esquenecesitounaformadeconectarmeconestepartido
quenomeinteresanimedioyquesinembargoestoymirandomientrasestudioylecebomateaél".

Muchachos argentinos, no se quejen: si insisten en monopolizar la televisión, nosotras sólo podemos ejercer ciertos reflejos cuasipatológicos frente a lo inevitable. Ese es el origen porque, sin estímulos agresivos de por medio, se podría demostrar fácilmente que más de la mitad de los jugadores de fútbol son bagartos. Además, no hay nada menos atrayente que la fagocitación masculino-deportiva de las "S", demostrado en el clásico e imperturbable "no, gracia' vo'".

El primer paso es asumirlo.

jueves, 11 de octubre de 2007

Tango

Cuando descubrís, a medianoche, que calentar las milanesas de soja en el microondas es una trampa mortal, pero aún así las comés a mordiscones y con la mano, porque están tan duras que no se pueden cortar con cuchillo.
Cuando sabés que, a tus espaldas, las cosas desordenadas de tu casa se ciernen sobre vos como monstruos hogareños.
Cuando la gata se burla de vos, durmiendo sobre tu almohada desde hace tres horas.
Cuando alrededor de tu escritorio se acumulan platos que tenían comida, varios vasos y un mate frío.
Cuando para llegar a otra habitación, caminás un promedio de tres metros más porque tenés que esquivar todo lo que está tirado.
Cuando hay un vino riquísimo, abierto, pero evitás tomarlo porque sabés que hay que seguir.
Cuando le decís a tu pareja "¡Que te diviertas mucho!" y, en lugar de disfrutar la noche a solas con una buena película, escuchás la TV como si fuera una radio, desde la computadora.
Cuando le tirás queso rallado a la comida de ayer, para que el microondas "gratine" y te haga parecer que es algo menos tóxico.
Cuando deseás que el Lobo Estepario se hubiera suicidado, de una vez, a la décima página, sólo para no tener que lidiar con él hasta el final del libro (el que fuma opio y no convida protagoniza un bodrio de por vida).
Cuando uno de los tornillos que unen tu cuello a tu espalda decide atravesarse y demostrarte su existencia.
Cuando escribís algo como esto, sólo para que la noche te parezca menos laboral.
Cuando se reúnen todos estos factores, definitivamente, sí: estás en el horno.

Ahora sí, buenas noches.

Sutileza

Y sí, cuando no tengo para decir nada, mejor no escribo.
Así han transcurrido estos días.
Y de este modo, también, se configuran mis relaciones personales, que pueden extinguirse por la sola acción de la inercia. Sólo que, a veces, no se entiende mi mensaje de dejadez paulatina y, por eso, subsisten conversaciones como éstas.

—Hola, Laura, ¿cómo estás? Soy ******

Momento! Yo tengo días en los que no reconozco los nombres que me dictan por teléfono. Como es un inconveniente que me da vergüenza, suelo continuar la conversación mientras mi organizador mental (puesto de trabajo cerebral que, en mi caso, es un oxímoron) corre, como un loco, de estantería en estantería neurológica buscando algún archivo que me brinde algo de información, lo que no suele suceder muy pronto o, en ocasiones, no ocurre jamás. Continuemos con la evocación, que se encuentra en un estante próximo a mi memoria, y rebobinemos.

—Hola, Laura, ¿cómo estás? Soy ******
—Aaaahhhh... (...), (...), mmmmh, ¿cómo estás?
—Bien, ¡feliz cumpleaños!

En este momento, mi organizador mental me pega una patada de burro, diciéndome: "¿viste, tarada? No eras vos, y yo aquí trabajando como un zángano. La próxima vez, haceme un encargo en serio o no me llames".

—Ehhh, ¿mi cumpleaños?
—Claro, ¿tu cumpleaños no fue el sábado? ¿No era el 6 de octubre?
—Noooo, el 6 de noviembre.
—Aaaah, vos sabés que tenía anotado que era el 6 de octubre. Es más, le dije a *****, toda la semana, que me hiciera acordar para saludarte. El sábado fui a tu casa para eso, te llamé y te llamé, pero no estabas.
—No te hagas problema, vale la intención.
—Es más: estaba tan pendiente de no olvidarme, que soñé que era tu cumpleaños y que íbamos a tu casa, porque nos invitabas a la fiesta.

El organizador mental se fue y juró no volver. Voy a ser yo la que tome esta última respuesta y la repita para que pensemos todos juntos en el hogar:

—Es más: estaba tan pendiente de no olvidarme, que soñé que era tu cumpleaños y que íbamos a tu casa, porque nos invitabas a la fiesta.

Esta persona tan atenta vive exactamente debajo de mi casa: nuestras puertas forman, casi, un portón.
Además, yo tengo a su gata, o ella nos tiene a nosotros.
¿Es que ni siquiera se puede hacer un festejo de cumpleaños en paz en esta ciudad?
¿Me están presionando con un mes de anticipación?

jueves, 4 de octubre de 2007

Naigt-mer

Sabía que ella estaba viva, pero hacía mucho tiempo que no la iba a visitar.
Estaba en una clínica que parecía una casa, con una sala de espera recubierta por ladrillitos de color.
Mi cuerpo no me dejaba ir hacia donde ella estaba y, además, sabía que la imagen sería shockeante.
Sentada en la sala de espera, horas y horas, debatiéndome entre lo que necesitaba hacer y mi coraje para lograrlo, transcurrió un tiempo angustioso.
Finalmente, me acerqué a una enfermera, vestida de azul, que preparaba remedios en un mostrador. Le pregunté por ella, me dijo que estaba bien y que se reía todo el tiempo. Le pregunté si hablaba de mí; me respondió que muy poco, porque ya se había hecho de una amiga que estaba igual que ella. Que con sus cuerpos torcidos y caóticos jugaban competencias por mantener un auricular prendido a sus orejas, y que se desplazaban, de espaldas, de una punta a la otra de la cama, con movimientos rítmicos y anuncios de "¡Ya lo tengo, ya lo tengo!".
Me largué a llorar a los gritos, y le conté que la extrañaba mucho, pero que tenía miedo de verla. Le sugerí, cobarde y evasiva, que esta vez no me encontraría con ella porque el tiempo de visitas había culminado (y yo, claro, había llegado tarde); ella me contestó que, en virtud de su estado y de la falta de control, podía dejarme pasar. Me parecía muy desalmado (pensando en ella, que seguía viva) decirle que no. Le pedí que me acompañara a esa habitación y la enfermera, como ni no se diera cuenta de nada, caminó despreocupada hacia el pasillo donde se distribuían los cuartos. Cuando estaba abriendo la puerta, justo cuando empecé a ver sus piernas tapadas con una manta aguamarina, me desperté lagrimeando. Y, para completar la angustia, un trueno de los más ensordecedores azotó mi techo corredizo de metal.

Escribir es exorcizar. Tal vez, también sea una forma de volver a dormir como antes.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Simultaneidad

Salí de la muestra de Bodies rumbo a Lanús, donde me esperaban unos mates maternales.
Cuando llegué al barrio (pleno barrio, ése con casitas cincuentonas con jardincito, perros callejeros y gente charlando en la vereda), la monotonía que caracteriza a Río de Janeiro —como a todas las calles, una vez que se conocen bastante— se había visto suspendida por un móvil policial, un carro de bomberos y una ambulancia. Como esas combinaciones ya no son tan extrañas en casi ningún lugar de Buenos Aires, entré a la casa familiar y pregunté dónde estaba la pava, porque no la veía sobre el fuego.
Mi mamá, que siempre se regodea con las buenas historias (sobre todo si son truculentas), me contó que un señor barbudo y solitario, que parecía no existir, que sólo se alimentaba con algunas pizzas traídas de tanto en tanto por un delivery, finalmente se había muerto —supongo, era lo que él más esperaba, dada su apuesta cotidiana—. Pero solo, sin dar aviso y hacía quince días.
En pocas horas más, casi por azar, tuve la oportunidad de verlo salir, en su cubierta negra y aún blando. El olor y la sensación de agobio daban la sensación de una defunción en cuotas, casi artesanal y autogestionada.
Al acercarme a la bella casa derruida, al divisar los montones de diarios viejos y cacharros podridos —que ya había visto en algún hogar muy querido por mí—, me maravillé de que la vida de todos los días demostrara, una y otra vez, que las exposiciones de plástico de los shoppings, que los eventos que insisten en mostrarte lo que nadie vio, pecan de obsoletos, zonzos y ofician de cazabobos. Que a la vuelta de tu casa, en cualquier momento, puedas encontrarte con una muestra original, única, coyuntural y tremendamente simbólica de cuerpos, andantes o desfallecientes, parados o acostados, fuertes o devastados, irrepetibles y estremecedores.