jueves, 26 de abril de 2012

Calendario

- ¿Querés saber algo deprimente que me pasó hoy?
- ¿Qué?
- Iba en el colectivo para llegar a tiempo a gimnasia, y un pibe pidió en voz alta "un asiento para la señora que está embarazada". Se refería a mí.
- ¿Y vos qué le dijiste?
- Que el bebé ya estaba afuera.
- Ah.
- ¿Pero sabés qué fue lo peor? Que le dije que hacía dos meses que había parido. Y ya hace cuatro. Empecé a mentir la antigüedad de mi no-embarazo para simular que voy adelgazando en tiempo y forma. Me deprimo de sólo recordarlo.

Aunque el padre de la criatura no encontró palabras de consuelo ni de refutación, un par de amigas me semiconformaron diciendo que, si bien esa situación constituye una grácil invitación al suicidio, lo mejor es aprovechar el momento y sentarse oronda en el asiento conquistado por la confusión. Yo no estoy en condiciones emocionales de mentir: sólo me miro la panza y viajo parada haciendo que me divierte sobremanera la cuestión. Buaaaaá.

sábado, 21 de abril de 2012

Paquetes

Y como la revolución empieza por casa, este blog se ha ocupado sistemáticamente de detectar y pintar con fosforescente a las representantes del sexo femenino que, día tras día, se empeñan en representar de manera horrorosa su condición. Así es como este espacio se ha encargado con furia de las LaMes, de las viejas chotas, de las abusivas que hacen pies tontos a la fila en la verdulería, de las haceteleras, y de las murgueras. En esta ocasión, quisiera dirigir el insulto cotidiano a otra variedad de mujer que atenta claramente contra el gremio: la acompañante del conductor. Como surge explícitamente de su posición en el vehículo, no maneja —por lo menos en ese momento—, pero está convencida de que puede esquivar los riesgos del volante aprovechando el beneficio de la puteada y la queja hacia otras conductoras como una forma de plantear competencia, tal vez mitigar un poco de resentimiento y, por supuesto, ligar una sardina tirada al aire cuando diga "viste, mi amor, por eso dejo que siempre me lleves vos".
Existen diversas clases de este especimen que hemos denominado "la mal llevada":
- La que te mira con desprecio desde la ventanilla, como indicando tu idiota decisión de no buscarte un conductor responsable con anatomía fálica. Esto funciona especialmente cuando las mal llevadas circulan a bordo de camionetas gigantes.
- La que imita el gesto del maleducado que la transporta, con notable indignación: mueve las manos indicando "correte de una vez", "estás loca", "sos un desastre", o "qué barbaridad".
- La que se hace cargo de la demanda del señor que la puso dentro del auto, y entonces se vuelve mucho más enfática que él, no sólo con los gestos sino que puede aprovechar que tu posición como conductora se choca con su lugar de acompañante; de este modo, baja la ventanilla y te dedica unas buenas palabras de yegua.
En cualquiera de sus tres variantes, las mal llevadas se merecen una sanción disciplinaria grave por parte de nuestro tribunal. Su resentimiento perezoso no debe molestarnos en la ruta, nabas.

lunes, 2 de abril de 2012

Textiles

Es posible que ahora tenga que escribir más rápido y puntual, en virtud de la licuadora de tiempo en la que se ha convertido mi vida cotidiana por estos meses. Sin embargo, ahora que voy recuperando (poco a poco) el registro del alrededor, no quiero dejar pasar este fin de semana largo, con sus oportunidades ampliadas de ir a los parques y a las plazas, sin emitir esta reflexión:

En nivel de indeseabilidad, la chica que "hace tela" desde el 2010 ocupa el mismo lugar que destrozó "la murguera" durante la década 2000-2009.

Señas particulares: escote flexible, andar descangallado, creencia profunda de que lo que hace es super copado, y omisión deliberada de los obstáculos naturales y/o sociales que le sugieren que se vaya a su casa.

Eso pensé ayer, mientras una "hacetelera" se sacaba la minifalda, se ponía un minishort rosa flúo sobre las calzas, comprobaba que su corpiño estaba a punto de explotar como siempre, le recomendaba al amigo que se la quiere encarar que rompa una rama de un árbol que molestaba para trabar la tela —consejo que fue seguido al pie de la letra—, invitaba a niños para que se enroscaran como ella, se trepaba y quedaba con la cabeza (y los pechos) hacia abajo, mirando a los amigos embobados, los que estaban plantados en la tierra.
Hace algunos años comencé mi campaña contra la murguera; hoy, quiero avisarles de la metamorfosis, pero sepan que el enemigo sigue intacto.