jueves, 21 de julio de 2011

Tirones

—¿Vos tenés marido, pareja, así?
—Eh, sí.
—¿Y no te dice nada de que te quedás así?

La herencia expansionista de Napoleón se transmitió, extrañamente, a las depiladoras del mundo contemporáneo. No me cabe ninguna duda. Detrás de la deforestación de glúteos, la tira de cola, los aledaños del ombligo, la barrida de antebrazos y la devastación de la zona del huesito dulce, hay algo más que una evasión del vello. Una clara intención política se encubre cuando la depiladora te sugiere que avances más y más con el uso de la cera, y de ahí el uso de estrategias más o menos sucias: qué te dice tu pareja, qué tamaño de malla utilizás, cuáles serán las razones de tu pilosidad en regiones que consideran inusitadas, promesas de que no te volvés un mono si permitís que ellas ensayen sus planes colonizadores en partes de tu cuerpo que estaban a salvo de esta maldita práctica. Esta clara propuesta de dejar sólo pelo en el cuero cabelludo —lo de las cejas, lo charlamos— se intensifica durante el embarazo, cuando una agente del Mal te anuncia: "¿Ah, vos te vas a quedar así? Porque mirá que en el parto te rasuran toda-toda, eh? Después quedás pinchando desde el cuello al dedo gordo". Del marido controlador al médico con podadora, cualquier argumento es válido para que ellas, autoras de patrañas, sigan persuadiendo a las mujeres con sus oscuros y calientes planes, en cada cuartucho pequeño, entalcado, y con un ventilador de los 80. Chicas, no se dejen.

jueves, 14 de julio de 2011

Embalada

Para "Roberto Amor"
Estuve esperando todo el día que me llamaras porque me dijiste que me ibas a llamar yo sé que no tenés para ofrecerme nada pero te falta la valentía de decir las cosas yo te voy a pedir que no me ayudes más porque se nota que te molesta mucho y por lo que te voy a molestar es porque preciso que me avises para ver que hago bueno se te acabó el amor me parece a mí tratá de endulzar a tus amores por la semana de la dulzura chau.
Mensaje enviado (2)

Creo que debería armarse ya mismo un proyecto de ley que controle el uso de mensajes de texto para la gente ansiosa que se responde cosas antes de que surjan las preguntas. Y considero que es urgente también que me ponga un límite para mi manía de leer sms ajenos en el colectivo.

martes, 12 de julio de 2011

Causas

En estos días donde llevo la furia en mí, por no poder entender que casi 1 de cada 2 personas en esta ciudad haya votado a Macri, justo me encuentro con esta interacción de la vida cotidiana.
Subte D, con todo lo que ello implica. Señora bián que habla con una madre agobiada, costurera y migrante —según su conversación—, que vive con sus hijos y pasa todo el día trabajando. Encuentro equivalente a 2 horas de paseo al caniche toy versus 18 horas de trabajo textil por encargo y doméstico por obligación. Reproducción del diálogo:

Señora: ay, ¡pero qué cara de cansada que tenés!
Madre: y sí, es que no puedo descansar. Tengo que cuidar a los chicos, arreglar la casa y hacer los trabajos de costura. Soy sola y no tengo a nadie que me ayude.
Señora: ¿a nadie-nadie? ¿Una familiar, nadie?
Madre: no, nadie. Acá vivimos mis hijos y no nada más. No tenemos a nadie.
Señora: ¿y no podés llamar a una mujer para que te ayude con las cosas de la casa?
Madre: no, por mi barrio no hay nadie para llamar. No quieren venir.
Señora: ¿pero nadie, ni por unas horas?
Madre: no, prefieren trabajar con cama adentro.
Señora: y no, con cama adentro después te roban todo.
Madre: ...
Señora: ¿pero vos no vas a la parroquia, entonces?
Madre: no, no tengo tiempo para nada; trabajo todo el día, no puedo ir a la parroquia.
Señora: ah, por eso es.

Díganme después si no es necesario llevar la motosierra en la cartera.

sábado, 9 de julio de 2011

Fotogénico

La insportabilidad no leve de mi ser se combina con la distracción en momentos en los que debo estar atenta. Ocasiones que se han multiplicado desde la noticia de mi gestación. No es el objetivo hacer de éste un blog que cuenta las peripecias de una embarazada, que así anticipa todos los comentarios inútiles sobre cosas que no le interesan a nadie que hará en los próximos 3 años. No. El problema es que el auto sigue en el taller y todavía no me he lanzado de nuevo a la aventura de conducir y fracasar. Entonces, vamos a lo que sigue.
Centro de ecografías. Muchas señoras supra 80 que esperan su momento, que claramente siempre es previo al mío. 20 minutos por turno: es presumible, puesto que sacarse la ropa, subirse a la camilla, encontrar el objetivo interno, limpiarse las 3 toneladas de gel que te adosan a la piel, bajarse de la camilla y ponerse la ropa suele demandar, en ese tipo de pacientes, un tiempo considerable. Yo, la ilusa, pienso: "buenísimo, entonces si yo hago todo eso más rápido, tal vez me dejen ver la pantalla un rato más"*. Craso error: mi estrellato ecográfico dura unos 3 minutos aproximadamente, después de lo que me voy rauda al baño tratando de no hacer un papelón en la sala de espera. Pocos minutos después, llega la tanda de ecografías para las señoras y para mí, que esperamos nuestros pequeños misterios fotografiados.
Salimos, Lucho y yo, a la vereda. Obviamente, abro la carpeta y miro las fotos. Reproducción del diálogo:

Insolada: pero mirá que fotos de merda, no se las vamos a mostrar a nadie. Todas negras salieron.
Lucho: a ver, sí, están raras.
Insolada: ¿dónde está el bebé acá? Claramente, no vamos muy bien si, aún sabiendo que está en mi propio cuerpo, ya empezamos a no encontrarlo.
Lucho: no, debe ser eso que está ahí, ¿ves? Es eso, hoolaaaa, ¡mirá, ahí está!
Insolada: ¿la forma negra de ahí? ¿Eso? ¡Pero así no se veía en la pantalla! ¿Eso deberían ser los pies, entonces?
Lucho: y sí, supongo que sí.
Insolada: esperá un poco, a ver... ¡Castejón, dice "Castejón"! ¡No soy yo!

Lo que siguió fue propio de una sitcom. Lucho apostado en la entrada del ascensor, en la planta baja, jurando que se acordaba de la cara de la octogenaria número 22 a quien le pertenecía la ecografía. Yo, subiendo a las corridas y exclamando en la recepción "disculpen, no sé si soy yo, pero yo no encuentro a ningún bebé en estas fotos", y las recepcionistas pensando "una idiota primeriza más en estado de pánico". La ecógrafa llegó, miró las fotos y corrió a buscar a la abuela prófuga.
Una vesícula. Yo estaba mirándole los pies a una vesícula, y Lucho le estaba diciendo "hola, acá está papá".
Y la señora, a sus años, le estaba llevando una ecografía de 13 semanas de embarazo a su gastroenterólogo.

* No es ternura, sino estupidez.