viernes, 30 de julio de 2010

Retrovisor

Colectivo 8, Av. Rivadavia, mi pie en llamas (se me hizo un moño al pisar un hueco de la vereda). Como no podía avanzar más que 1 paso cada 10 minutos, me senté en el primer asiento, ése que te lleva de espaldas por todo el recorrido. El chofer en funciones, mientras tanto, charlaba con otro que hacía de pasajero.

—Vos sabés que le tuve que fijar el espejo con masilla a ese h.. de p... Terrible. Cuando llegaba estaba todo movido.
—Sí, me dijeron que hace eso. Es un zarpado, todo por verle el culo a las minas.
—Un desastre, boludo. No puede ser. Querés mirar desde acá y sólo ves el culo del pasajero. No sabés si bajó o no bajó. Por eso, cada vez que yo tomaba el turno, tenía que ajustarlo.
—Sí, yo le dije la otra vez pero nada. Te acomoda los dos: el del medio y el de atrás y se la pasa mirando culos.

Ténganlo en cuenta, féminas lectoras de Insolada y, por qué no, muchachos con glúteos tonificados que también se pasen por aquí.

lunes, 26 de julio de 2010

Encontronazo

Recordando viejas labores para la subsistencia, y otras que no lo son tanto, el viernes nos sorprendió a mi superamiga y a mí hablando de un personaje nefasto para nuestro perfil laboral. No tiene una denominación específica, pero habría que inventarla. Sin embargo, se puede reconocer sin problemas a través de los siguientes ejemplos:

— Ajá, ¿y de qué trabajás?
— Bueno, básicamente de escribir.
—¿Escribir? ¿Qué escribís?
—Y, libros por encargo, notas para revistas, etc.
—¡Mirá que bien! ¿Vos sabés que yo también escribo?
—¿Sí?
—Sí, la verdad es que tengo talento para eso, no es por decir. Yo escribo mucho en los tiempos libres, cosas que me salen, me pasan. A veces cartas, a veces poesías, qué se yo. Mirá, te voy a contar...

—Acá tengo que completar cuál es tu empleo.
—Poné "redactora".
—¿Redactora? ¿Escribís?
—Y, sí.
—¿Qué escribís?
—Libros por encargo, notas para revistas, trabajos puntuales, lo que tenga que ver con escritura.
—¡Mirá qué casualidad! ¿Vos sabés que yo también escribo?
—¿Sí?
—Sí, hice un cuento sobre la colimba, de cuando yo iba. Emocionante. Porque yo siempre intenté escribir desde lo mío, ¿viste?, las cosas que me pasaban. No, está bueno eso. Yo, la verdad, tenía pasta, pero bueno, viste, me dejé estar y qué sé yo. Pero el cuento trataba de, ¿tenés un ratito, así te cuento?

La persona que "también escribe" es una de las mayores pesadillas para un redactor fantasma. Porque el que "también escribe" no entiende que el redactor fantasma no escribe desde "lo suyo", sino todo lo contrario —ése es el punto crucial de su labor—: hoy crisis de pareja, mañana muerte de amebas, pasado recetas para celíacos, y la semana que viene rituales para que llueva. No hay nada relativo al "yo" en el redactor fantasma y, en medio de su vorágine de tipeo fordista, no existe nada que lo pueda conmover de una persona que, en medio del llenado de un formulario administrativo, le diga "¿Vos sabés que también escribo?".
Los redactores fantasma, como bien reza su rol, redactan. Cuando escriben, no lo dicen ni lo divulgan. Por eso, especímenes "también escribo", no molesten más a los redactores fantasma, que ya bastante tienen con editores perezosos, dueños de revistas inútiles y explotadores, así como entrevistados estrella sin una pizca de ideas interesantes. No abusen de su paciencia y de su miedo a transgredir la ley, porque las dos cosas se acaban.

martes, 20 de julio de 2010

Trasmutación

Hay días en los que me convierto en una vieja cuidagatos.
No son días buenos ni malos, son días de vieja cuidagatos.
Y no tiene que ver exactamente con que tenga una gata, ni con que otro felino histérico insista en ser adoptado sin condiciones (esto es: no se puede tocar, no se puede seguir, sólo quiere estar escondido en la casa y sin interactuar). No. En verdad, estos días se notan en ciertos rituales, a saber:
* Levantarse sola, un poco alelada, y poner música durante la primera hora de vigilia.
* Imponerse la quita de pijama para demostrarse que el día, técnicamente, empezó.
* Sintonizar el programa de cocina y quedarse mirando el devenir de las recetas mientras se enfría el mate.
* Saber que, aunque es día del amigo, no vas a ver a nadie, porque da mucha pereza salir al exterior en una ciudad donde "hay que hacer algo" porque es la fecha de la amistad.
* Recordar que hay cajones y rincones de la casa inescrutables, donde hay papeles que se deberían haber tirado en la anterior mudanza, botellas vacías y frascos de líquidos de limpieza viejos y solidificados. Dejarlos así.
* Quedarte un rato frente al monitor sin acordarte de qué es lo más importante que tenés que hacer en el día: esa tarea que va a justificar tu jornada. No hay, parece.
* Descubrir que lo más relevante que te toca hoy es esperar a la cena para ensayar las croquetas de acelga y puerro que figuran en la parte de atrás de la caja de cubitos de sopa.
* Salir al sol para colgar la ropa; alegrarse de que ya se puede lavar otra vez es otro indicio del cuidagatismo. Evaluar quedarse en la terraza o bajar, debido al frío. Bajar.
* Almorzar los dos tapers pequeños de comidas contradictorias que quedaron en la heladera: fideos con aceite, y arroz con verduras. Uno atrás de otro, previo calentamiento en microondas. Para que no se pongan feos.
* Reconocerse tenedoreando con la vista fija en la tele. Entrada en pavor. Comienzo del trabajo: leer y fichar, leer y fichar, leer y fichar. Pero primero escribo esto en el blog. Así parece más gracioso de lo que es en verdad.

jueves, 15 de julio de 2010

Visita

Subte C. Estación Moreno. 22 hs.
El tren comienza a frenar y el chico se acerca a la salida, dispuesto a bajarse del vagón. Mientras se asoma la estación, golpea la puerta todavía cerrada con dos "toc" y apoya su oreja en el vidrio. Gesto de desconcierto y "no hay nadie", me dice. Se ríe, la puerta por fin se abre y él se va.

miércoles, 14 de julio de 2010

Intergeneracional

Si alguien quiere sentirse una pieza de museo en un fin de semana depresivo, nada mejor que encontrarse en el transporte público con los reyes del cumbiatón. Señas particulares: ninguno supera los 18 años, ellas están hipermaquilladas y ellos con dibujos raros hechos en la cabellera —afeitadora de pelo mediante—, cargan botellas con bebidas indeclarables y otras muy ricas, así como tienen sus celulares con música a toda marcha.
Cuando viajo parada, los miro y me divierten. Cuando viajo sentada, los miro y los quiero matar, porque necesito leer, dormir o abstraerme.
Ese sábado, viajaba parada.

Se agolparon en los asientos de atrás, haciéndose upa y pasando la botella entre "shh" para que el colectivero no los bajase en pleno recorrido. Se reían, se caían y formulaban frases inconexas que mantenían la conexión dentro del grupo —no necesariamente la conversación—, al estilo de: "eh, gato"; "alto grupo"; y "no te queré sentá, yesi?". En medio del tumulto, uno de los adolescentes se me acerca y gestionó la peor de mis debacles en relación con finalizar la década de los 20 (es decir, tener 28 años).

—Usted disculpe, eh. Nosotros somos así.
(Uf N° 1: el trato de usted y el pedido de disculpas como si estuviera tratando con la celadora de la escuela).

—No, todo bien. La verdad, me divierten.
—Y es que sí, damos risa, la verdad.
(Uf N° 2: el intento de cercanía sólo marcó más distancia. Yo no puedo divertirme con ellos, sino que ellos me motivan la risa)

—No, no dije que dieran risa. Seguro que cuando yo tenía su edad, otros también me mirarían.
(Uf N° 3: me cavé la fosa. El pibe está imaginando que yo miraba las Radiolandia y esperaba el nuevo éxito de Sabú —que no tuvo— o el estreno de la última película de Sandro. Esto tengo que arreglarlo).

—Qué se yo, tengo 28 años, y lo que hacía hace 12 era muy distinto de lo que hacen ustedes.
(Uf N° 4: listo, perdida por completo. Decir la edad para demostrar juventud es lo menos de lo menos)

—Ah, pero entonces no es taaaaaaaaan grande. ¿Quiere tomar algo?
—No, no, te agradezco. Vengo de un cumpleaños y ya tomé bastante.
(Uf ° 5: no te hagas la viciosa delante de ellos, que te sacan varios cuerpos de ventaja y de verdad han tomado durante su adolescencia. No te hagas la piola. Ahora, nada puede seguir bien)

—Ah, por eso está agarrada a la baranda así. ¡Porque si no se cae cuando abren la puerta! ¿Por qué no se viene con nosotros a bailar?
(Ud N° 6: no, no y no. No se van a ir a divertir con la nona a la bailanta)

—Ja, ja, no, gracias. Creo que ya está bien así.
—Ey, chicos! Ella viene con nosotros, pásenme la botella que toma. ¿No quiere un poquito?
—¡No, todo OK, gracias! ¿Pero qué toman? ¿Gancia puro?
—Noooo.
—Ah, porque puro es casi como nafta.
—Es que nosotros somos así, mire: "somos los pibes que toman querosén, fuman faso y...".
—¿Y esa canción de quién es?
—Nuestra.
—¿Suya, la hicieron ustedes?
—Sí, claro.
—Ah, entonces estoy con compositores en el bondi. ¡Es otra cosa!
—¿Vio, o viste? Nosotros parecemos, nomás. ¡Ey, nos bajamos en la próxima!

Descendieron de a 8 por escalón y yo atiné un maternal "que se diviertan". Decididamente, si alguien quiere sentirse una pieza de museo en un fin de semana depresivo, nada mejor que encontrarse en el transporte público con los reyes del cumbiatón —además de escribir posts largos como éste y los precedentes.

domingo, 11 de julio de 2010

Derrotero

El decálogo de todo lo que te pasa cuando te vas enojada, muy enojada, de tu casa (jurando no volver):
1. Armás una mochila y ponés la crema humectante, así como la pinza de depilar. Tonto, muy tonto.
2. Salís a la calle, mal vestida y con un humor de perros, y está ese vecino inútil, el esposo de la "limpia de la puerta para adentro" que ya ha sido tematizada en este blog. El tipo contrató a otros tipos para que cortasen las ramas de un frondoso árbol de la vereda que comparten. Lo putearías, pero el riesgo es largarte a llorar en medio de las imprecaciones. En consecuencia, no podés resistirte a su acción autoritaria y, mientras insultás a la cerradura porque la llave no logra cerrar la puerta, el vecino te mira en ese estado deplorable.
3. Esperás el peor colectivo de todas tus opciones. Ése que pasa, te mira y no te para. Le hacés fuck you y esperás el próximo, que hace exactamente lo mismo.
3. Debido al punto 2), esperás 1 hora el colectivo y decís "es una señal de que no me tengo que ir, el transporte público me lo indica".
4. Llega el colectivo, y se detiene en la parada. Pensás "es una señal de que me tengo que ir, el transporte público me lo indica". Subís y pedís "umobeintibinco, borbabor".
5. En cada unidad de transporte de pasajeros, siempre hay por lo menos 1 persona que viaja por un motivo indeseable, triste o depresivo. Ajo y agua, esa vacante del día la ocupás vos. Sentís que todos te miran.
6. Bajás en una esquina, que podría ser cualquier otra, y durante 5 veredas caminás detrás de una parejita que parece adorarse. Son sólo 5 veredas, porque ellos tienen planes y entran en un bar. Vos no tenés planes, no, no, no, y seguís caminando.
7. En el piso, encontrás un naipe de póquer: el 5 de corazones. Lagrimeás y tratás de encontrarle un sentido filosófico —el número impar, el amor, qué sé yo—, mientras evaluás llevártelo como souvenir de la tristeza o seguir de largo. Continuás caminando.
8. Luego de mucho tiempo de deambular, en el que te das cuenta de que Buenos Aires es la peor ciudad del mundo para sentirse mal, pedís auxilio en lo de una amiga. Dejás la mochila que te estaba lacerando la espalda y tratás de recomponer en 50 cm2 un poco de tu vida cotidiana, la que hubieras hecho si fuera un día normal. Sacás un libro y empezás a estudiar. O hacés que sacás un libro y empezás a estudiar.
9. Ponés una leyenda en facebook. Horrible. Idiota. Adolescente. Lo único que falta es que tipees con la pinza de depilar que te guardaste para tu vida solitaria.
10. Pasan las horas, los consuelos y los mensajes de texto. Decidís volver, de madrugada. No vas a buscar la mochila con la ropa, que quedó en la casa de tu amiga, y ahora te faltan pantalones limpios para toda la semana. Regresás y descubrís que nada ha cambiado tanto; oscilás entre "no debería haber vuelto" y un "para qué merda estuve yirando todo el día, incómoda y sin mate". ¿Dónde quedó el valor transformador de la ausencia?

martes, 6 de julio de 2010

Subidón

Sí, todos los que vivimos en la ciudad estamos un poco mal del cuerpo y de la cabeza, pero no creo que sea necesario que nos hagan este problema tan evidente. La salud en las megaurbes está algo hipotecada y todos soñamos con, algún día, escapar lejos hacia un lugar donde el río se vea por la ventana. Pero, mientras tanto, otros urbanos nos someten a pruebas imposibles de concretar. Si les parece inentendible mi pensamiento, tienen razón. Pero puedo dar un ejemplo.

(Médica)
—Ajá, tus análisis dieron bien en general, pero hay un temita: la prolactina está muy alta. Como no sabemos si te asustaste cuando te sacaron sangre, o si cumpliste con todas las recomendaciones, hay que repetirlo. Así que volvé a hacer el estudio, y tené en cuenta lo siguiente:
a. No vayas al gimnasio el día anterior, ni tampoco camines mucho, o subas muchas escaleras.
b. No tengas relaciones.
c. Hacé un ayuno de 8 horas.
d. Dormí 8 horas como mínimo.
e. Levantate tranquila, muy tranquila.
f. No corras el colectivo.
g. No vengas caminando, ni en bicicleta.
h. No subas escaleras; ergo, no utilices el subte para llegar.
i. Tomá el ascensor.
j. Llegá entre las 7 y las 9 de la mañana, media hora antes de anunciarte, así te sentás tranquila en la sala de espera y te relajás.
k. No te asustes con la extracción, y tratá de estar calma, porque cualquier agitación puede alterar el resultado.

OK. Ahí estuve, en plena hora pico, esperando un colectivo (o dos) que me trasladase por la ciudad.
Pasaron dos malditos 180 que, por supuesto, no pararon. Pregunta: ¿si puteo al chofer, me sube la prolactina?
Me tomo otro colectivo, y luego otro, para tratar de llegar a destino. En el segundo, un 132, una piba en estado de shock alucinógeno no quiere salir de "la unidad" y clama por llegar a Primera Junta cuando ya está ahí. A mí me corre el tiempo para llegar a horario. Pregunta: ¿si creo que vamos a quedarnos toda la mañana en la parada, me sube la prolactina?
Llego a Av. Rivadavia y me entero de que el colectivo me deja a 6 cuadras del laboratorio. Si no puedo ir en subte (tema escaleras), tengo que caminar, contrarreloj pero despacio. Pregunta: ¿en este delicado equilibrio, me sube la prolactina?
En el laboratorio, la secretaria me pregunta "¿Vos estás embarazada?". Pregunta: ¿me sube la prolactina?
Le digo "No, no, no, no"; "Ah, entonces tenés que esperar tu número". Papelón con muchos octogenarios que me miran mal, muy mal. Pregunta: ¿me sube la prolactina?
Esos octogenarios tienen frascos con la primera orina de la mañana, que pueden arrojarme. Total, vuelven mañana con una nueva dosis. Pregunta: ¿me sube la prolactina?

Demasiado peligro para una situación que demanda calma y un estado zen. Estos estudios no se pueden hacer en esta ciudad, porque todo lo que demande relajación está mucho, pero mucho más allá de la Gral. Paz. Para mí que la médica me hizo una broma. Su encargo fue sencillamente imposible de cumplir.

sábado, 3 de julio de 2010

Lujo

(Post espejo que se completa en Se acabó lo que se daba)

— Lau, yo te diría que duermas sin almohada. Y yo me acuesto con la campera puesta.

No había sido suficiente con los "eh, eh, chicas, cómo están, nos estamos viendo", emanados de las bocas de los 30 hombres (sólo hombres) que poblaban el hotel; tampoco había bastado con el agua semifría que brotaba de la ducha pegajosa del baño; mucho menos con las sábanas gastadas en lugares imprudentes, que "tapaban" un colchon en espuma viva. No. Además, la almohada tenía la funda rota, la guata en franca retirada, y pelos enredados en su extensión. Por eso, una de mis copilotas, cronista espejada de esta situación, me dio ese sabio consejo.
Dormidas vestidas y tan abrigadas como si estuviéramos acostadas en la plaza, sin poder tocar las frazadas y, una de nosotras, tapadas con una toalla —porque entre tanta inseguridad sanitaria, una toalla por lo menos tenía el gen de la pretendida limpieza. Entre sueños y ascos, barajamos la posibilidad de que haber confiado en una habitación quíntuple a 120 pesos la noche no había sido algo atinado.
Casi en la madrugada, un pedido ahogado interrumpió nuestras meditaciones. Esta vez, la que solicitaba una segunda opinión era Magui, la otra cronista:

—Lau, decime de qué puede ser esta mancha, por favor.

La latitud de la impresión amarillenta evidenciaba otras señales, pero no había más remedio que mentir:

—De grasa, Mag, de grasa. Por eso no se salió con el lavado.

En esa etapa de nuestras reflexiones, Gabriela —la otra copilota que, por no hacer crónica, avala nuestras declaraciones—, empezó a hacer agujeros en los puños de su buzo para pasar los dedos, así como estiró al infinito sus pantalones pijama con el fin de que sus pies quedaran a salvo. Estuvo en lo correcto. Al amanecer —pues nunca nos habíamos levantado con tanta prisa como esa mañana, en que un nuevo hotel nos esperaba—, las que habíamos tomado con liviandad la longitud de nuestras prendas sufrimos las consecuencias:

—¿Uy, qué tengo acá en la muñeca?
—¡Pulgas, son pulgas! ¡Yo también tengo acá, en el agujero del jogging! Y fijate acá: ¿qué tengo?
—Una roncha rectangular bien roja. Rara, che.
—¡Chinche, seguro que es chinche!
—A mí también me pica. ¿Tengo la misma roncha?
—Sí, alargada, ¡qué asco!

Marcas de hotel barato que nos siguen hasta hoy, para demostrarnos lo bueno que puede ser invertir en el negocio hotelero y dejar atrás las sugerencias de viajantes ignotos y amigos del TC Resistencia. Ojo con el Luxor, porque sólo cuando pasamos una noche ahí nos dimos cuenta de que lo de "Luxor" era una amarga ironía. Mi amiga podrá brindar más detalles sobre esta aleccionadora situación: ¡el camino sigue por allá!