sábado, 3 de julio de 2010

Lujo

(Post espejo que se completa en Se acabó lo que se daba)

— Lau, yo te diría que duermas sin almohada. Y yo me acuesto con la campera puesta.

No había sido suficiente con los "eh, eh, chicas, cómo están, nos estamos viendo", emanados de las bocas de los 30 hombres (sólo hombres) que poblaban el hotel; tampoco había bastado con el agua semifría que brotaba de la ducha pegajosa del baño; mucho menos con las sábanas gastadas en lugares imprudentes, que "tapaban" un colchon en espuma viva. No. Además, la almohada tenía la funda rota, la guata en franca retirada, y pelos enredados en su extensión. Por eso, una de mis copilotas, cronista espejada de esta situación, me dio ese sabio consejo.
Dormidas vestidas y tan abrigadas como si estuviéramos acostadas en la plaza, sin poder tocar las frazadas y, una de nosotras, tapadas con una toalla —porque entre tanta inseguridad sanitaria, una toalla por lo menos tenía el gen de la pretendida limpieza. Entre sueños y ascos, barajamos la posibilidad de que haber confiado en una habitación quíntuple a 120 pesos la noche no había sido algo atinado.
Casi en la madrugada, un pedido ahogado interrumpió nuestras meditaciones. Esta vez, la que solicitaba una segunda opinión era Magui, la otra cronista:

—Lau, decime de qué puede ser esta mancha, por favor.

La latitud de la impresión amarillenta evidenciaba otras señales, pero no había más remedio que mentir:

—De grasa, Mag, de grasa. Por eso no se salió con el lavado.

En esa etapa de nuestras reflexiones, Gabriela —la otra copilota que, por no hacer crónica, avala nuestras declaraciones—, empezó a hacer agujeros en los puños de su buzo para pasar los dedos, así como estiró al infinito sus pantalones pijama con el fin de que sus pies quedaran a salvo. Estuvo en lo correcto. Al amanecer —pues nunca nos habíamos levantado con tanta prisa como esa mañana, en que un nuevo hotel nos esperaba—, las que habíamos tomado con liviandad la longitud de nuestras prendas sufrimos las consecuencias:

—¿Uy, qué tengo acá en la muñeca?
—¡Pulgas, son pulgas! ¡Yo también tengo acá, en el agujero del jogging! Y fijate acá: ¿qué tengo?
—Una roncha rectangular bien roja. Rara, che.
—¡Chinche, seguro que es chinche!
—A mí también me pica. ¿Tengo la misma roncha?
—Sí, alargada, ¡qué asco!

Marcas de hotel barato que nos siguen hasta hoy, para demostrarnos lo bueno que puede ser invertir en el negocio hotelero y dejar atrás las sugerencias de viajantes ignotos y amigos del TC Resistencia. Ojo con el Luxor, porque sólo cuando pasamos una noche ahí nos dimos cuenta de que lo de "Luxor" era una amarga ironía. Mi amiga podrá brindar más detalles sobre esta aleccionadora situación: ¡el camino sigue por allá!

1 comentario:

MaGui (Sí, sí... la misma) dijo...

Colegamigapostespejada Laura. Nunca un "camino que sigue por alla" (si ese allá señala a cualqiera de nosotras) puede ser un camino seguro.
Aún sufro el flashback de dolor espinal que tuve cuando me desperté al otro día, tras dormir en 1/8 parte del colchón, envuelta en una campera ruidosa y naranja.
Luxor, gracias por tanto... tengo en mi piel tus marcas (de pulgas y chinches, pero marcas al fin)