lunes, 27 de julio de 2009

Sonambulante

Cuando yo fui al jardín de infantes, la elección del turno escolar se realizó en virtud del deseo: turno tarde, para dormir y no pasar frío a las 7 am.
Cuando mi hermana fue al jardín de infantes, la idea imperante (totalmente ajena a nuestras inclinaciones naturales) se basó en la necesidad de ser ordenados, disciplinados, de acostumbrar a los niños a la mañana y a "lo bueno que es que después les quede todo el día libre" (¿para qué sirve eso cuando uno tiene 4 años?).
Pues bien, sucede que mi padre quedó a cargo de cumplir con el horario matutino de mi hermana, porque mi madre salía más temprano a trabajar. Como corresponde en mi línea consanguínea, llegaba siempre tarde y muchas veces acompañado por mí, ya sea para hacerle pata frente a la maestra —que miraba el reloj con reproche—, o bien para que yo le hiciera acordar de llevar a la escuela lo más importante: mi hermana.
Un día, mi padre se infló y decidió sincerarse. Reproducción de diálogo:

Maestra: ay, ay, papá, siempre tarde con Marianela.
Papá: y sí, ¡llegamos corriendo!
Maestra: a ver si organizamos los horarios, ¿eh?
Papá: lo que pasa es que, si hay que levantarse temprano, lloro.
Maestra: "llora" querrá decir, que si la nena tiene que levantarse temprano, llora.
Papá: no, dije bien; yo lloro si tengo que levantarme temprano. La nena está perfecta.

Chan, chan I.

Serie

El jueves que viene, 30/7, mi señor padre cumple 50 años. Sí, tuvo la afiebrada idea de concebir mi afiebrada vida a la afiebrada edad de 22 años.
Por eso, desde hoy hasta el viernes (espero), escribiré breves postales textuales que den una (muy) somera idea de mi progenitor.

miércoles, 22 de julio de 2009

Durax

Más que los buenos amores,
la celulitis, el sobrepeso del invierno,
la permanencia de los cortes de pelo trágicos,
los vecinos pegajosos, las repeticiones de las madres,
la barrera del ferrocarril Sarmiento en Rivadavia y Mariano Acosta,
mis demoras para cualquier encuentro,
los trabajos tediosos, los pagos de editoriales,
la depilación definitiva que nunca haremos por cuestiones económicas,
los días de lluvia en temporada de playa,
los ladridos de las perras de al lado en el punto cúlmine de cualquier película,
la atención al cliente de las compañías celulares,
las Fiestas navideñas,
los interrogatorios de parientes insidiosos,
o el recorrido del colectivo 141,

las paparruchadas que le faltan a cualquier casa duran mucho más en su vigencia que cualquiera de las cuestiones señaladas más arriba. En mis días de ocio culposo, que se están terminando, pude identificar esos "incompletables" de mi hogar que están ausentes desde hace un año y medio (es decir, desde que llegamos) y que amenazan con perpetuarse:
- La falta de mesa ratona, de mesas de luz y de sillas.
- Una cucaracha aplastada contra el mosaico de la cocina en el verano, que se fosiliza sin que la extirpemos de la pared.
- El picaporte caído de la puerta de entrada, cuyo tornillo rebelde saltó todas las veces que fueron necesarias hasta desaparecer.
- La carencia de burlete en mi estudio, que deja paso al frío, a la lluvia y a la entrada de cuanta porquería asole la terraza.
- La presencia de una mancha negra que me queda en los dedos después de bañarme, como una pintura joven para siempre que me ataca en mi instante de mejor y mayor higiene.
- El desorden ultrasónico del estudio de Lucho.
- La interrupción del reloj de mi abuela, detenido en el tiempo y en el movimiento.
- Un tacho de líquido radiactivo, que estaba en la casa y ahora oficia de mesita del teléfono (?).
Todo esto dura mucho más y, quién dice, contenga el maldito germen de la eternidad florense. Que la deidad me ampare.

lunes, 13 de julio de 2009

Bluff

Ya estaba pensando que la denominación "gripe porcina" se debía a la forma achanchada que adquirimos los que debemos quedarnos en casa por este confinamiento masivo (que implica dormir de más + comer + mirar tele + estar sentado/a leyendo), cuando sucedió el misterio.


Su permanencia ininterrumpida mutó en lo contrario, como una muestra más de que todo lo que discurre normalmente puede suspenderse, cortarse o directamente evaporarse. Debo decir que en mis rápidas caminatas por el barrio pasé por la intersección de sus coordenadas para dilucidar si su ausencia era circunstancial o prolongada en el tiempo. La constatación de que se trataba de lo segundo no llega a convencerme ni siquiera ahora, cuando escribo estas líneas; por eso, tal vez llegue de nuevo hasta allí mañana, con el fin de presionar logísticamente por una respuesta.
Hoy, sin más, cuando regresaba de la farmacia más lejana para tener la excusa de andar un poco, vi que sus embajadores salían de improviso, con sutileza, mirando a ambos lados y cerrando con llave. En el interior, las luces prendidas y un aire de stop en el tiempo que sumaba más interrogantes que explicaciones me demostraron que ellos pueden vivir sin mí y que pueden enseñarme placeres sin permitir que acceda a éstos; ¿lograré yo superar su vacío y su cruel indiferencia?
No puedo decir que no extrañe su disponibilidad hasta altas horas, así como estaría faltando a la verdad si negara que deseo, otra vez, sus propuestas tentadoras y sus manjares preciados que, a la hora del mate, se brindaban como gráciles ruiseñores (?).

Es por eso que, en una semana sin NADA para hacer, me siento Nancy Drew investigando el enigma:
¿POR QUÉ CERRÓ EL SUPERMERCADO ORIENTAL DE LA CALLE PORTELA QUE TENÍA GALLETITAS RICAS?
Es posible que la pandemia no me regale una gripe chancha, pero una lobotomía me pegué seguro. Help.

viernes, 10 de julio de 2009

Irresponsable

Aunque sé que ganó el PRO(tofascismo) en Buenos Aires (y en la República de Lanús),
que el apocalipsis maya, zombie o el vaticinado por Susana Romero está por llegar,
que la gripe porcina me legó unas vacaciones sin plan a la vista,
que soy una obsesiva que no sabe qué hacer con su tiempo libre,
que no puedo abrir los mails en los que siento que habrá controversia,
que no puedo comunicar por mails cosas que debería informar ya mismo,
que me siento agobiada por el después, y qué pasará después del después,
que llego tarde a todos lados sin razón suficiente ni cura aparente,
que me olvido de la mitad de las cosas y, a veces, de las que me acuerdo no me quiero ni acordar,
que no sé cuándo se terminan las dietas y puedo empezar a comer de nuevo,
que no se me pasa el miedo al engorde de invierno,
que no logro dejar de comerme los dedos (sí, la piel y no las uñas),

mientras siga encontrando plata en el cajón de las bombachas seguiré pensando que ALGO de TODO me sale bien.
Qué materialista.

viernes, 3 de julio de 2009

Promoción1999

Colectivo de viernes por la tarde. Mucha gente, poco tiempo de sol y muchas ganas de llegar adonde sea. Cuando se combinan estas tres variables, siempre sucede lo inmensamente molesto:

Dos chicas —1 y 2— que suben al 55 y tienen la mala idea de buscar un espacio confortable al fondo. Sentada en la fila de 5 asientos de casielbaúl y esperando alguien con quien amenizar el viaje, se encuentra la chica 3. Yo sólo escucho, esta vez.

Chica 1 —Hola, ¿cómo estás, tanto tiempo? ¡Qué loco encontrarte acá! (A chica 2) Vení, te presento: ella (chica 3) era compañera mía de la secundaria. Ella (chica 2) es compañera mía de trabajo.
Chica 2: hola.
Chica 3: hola, qué tal. ¿Venís de laburar? (a chica 1)

A continuación, se suceden todas las preguntas de rigor cuyas respuestas se olvidarán al instante:

¿Terminaste de estudiar?
¿Te casaste? ¿Seguís viviendo con tus viejos?
¿Tenés Facebook, así te invito (uf)?
¿No chateás en el msn?
¿Estás de novia con aquel chico que conociste en el viaje de egresados (si tu vida no es algo imposible de vivir, ¡obvio que no!!!!)?
¿Tu perro vive?
¿Tu hermana ya está en la facultad o de yiro como todos pensábamos?
¿Te hiciste las lolas, porque eso no estaba cuando usabas uniforme, no?
¿Por qué te encontré en este maldito colectivo?

Las primeras preguntas SEGURO se formulan; las segundas, harían el encuentro un poco más divertido pero sólo forma parte de mi repertorio utópico de choques interpersonales no deseados. Pero al final de cualquier interrogatorio de este tipo siempre habrá una pregunta, LA pregunta, que divide aguas y aúna sentimientos:

¿LOS SEGUÍS VIENDO A LOS CHICOS?

Chica 1: no, la verdad es que yo no vi más a nadie.
Chica 3: yo sí, me los cruzo siempre y me voy enterando de la vida de cada uno.

Tan disímiles las respuestas, tan iguales las conclusiones mentales:

Chica 1: "pobre, los sigue viendo a todos. Ésta no corta más con la escuela".
Chica 3: "pobre, no vio más a ninguno. Lo que pasa es que nunca la bancaron mucho, aunque no es mala".

Si se pueden dejar de ver a los ex, a los familiares insoportables, a los vecinos insufribles, a las amigas yeguas, a los comerciantes malhabidos, a los compañeros de trabajo olvidables,

¿Por qué no habríamos de (querer) dejar de ver a los coexistentes del secundario?
El que quiere volver a esa etapa, miente o está en un gran problema. Bajate del colectivo de una vez, dejame de hacer preguntas y dame el maldito asiento, querés.