El decálogo de todo lo que te pasa cuando te vas enojada, muy enojada, de tu casa (jurando no volver):
1. Armás una mochila y ponés la crema humectante, así como la pinza de depilar. Tonto, muy tonto.
2. Salís a la calle, mal vestida y con un humor de perros, y está ese vecino inútil, el esposo de la "limpia de la puerta para adentro" que ya ha sido tematizada en este blog. El tipo contrató a otros tipos para que cortasen las ramas de un frondoso árbol de la vereda que comparten. Lo putearías, pero el riesgo es largarte a llorar en medio de las imprecaciones. En consecuencia, no podés resistirte a su acción autoritaria y, mientras insultás a la cerradura porque la llave no logra cerrar la puerta, el vecino te mira en ese estado deplorable.
3. Esperás el peor colectivo de todas tus opciones. Ése que pasa, te mira y no te para. Le hacés fuck you y esperás el próximo, que hace exactamente lo mismo.
3. Debido al punto 2), esperás 1 hora el colectivo y decís "es una señal de que no me tengo que ir, el transporte público me lo indica".
4. Llega el colectivo, y se detiene en la parada. Pensás "es una señal de que me tengo que ir, el transporte público me lo indica". Subís y pedís "umobeintibinco, borbabor".
5. En cada unidad de transporte de pasajeros, siempre hay por lo menos 1 persona que viaja por un motivo indeseable, triste o depresivo. Ajo y agua, esa vacante del día la ocupás vos. Sentís que todos te miran.
6. Bajás en una esquina, que podría ser cualquier otra, y durante 5 veredas caminás detrás de una parejita que parece adorarse. Son sólo 5 veredas, porque ellos tienen planes y entran en un bar. Vos no tenés planes, no, no, no, y seguís caminando.
7. En el piso, encontrás un naipe de póquer: el 5 de corazones. Lagrimeás y tratás de encontrarle un sentido filosófico —el número impar, el amor, qué sé yo—, mientras evaluás llevártelo como souvenir de la tristeza o seguir de largo. Continuás caminando.
8. Luego de mucho tiempo de deambular, en el que te das cuenta de que Buenos Aires es la peor ciudad del mundo para sentirse mal, pedís auxilio en lo de una amiga. Dejás la mochila que te estaba lacerando la espalda y tratás de recomponer en 50 cm2 un poco de tu vida cotidiana, la que hubieras hecho si fuera un día normal. Sacás un libro y empezás a estudiar. O hacés que sacás un libro y empezás a estudiar.
9. Ponés una leyenda en facebook. Horrible. Idiota. Adolescente. Lo único que falta es que tipees con la pinza de depilar que te guardaste para tu vida solitaria.
10. Pasan las horas, los consuelos y los mensajes de texto. Decidís volver, de madrugada. No vas a buscar la mochila con la ropa, que quedó en la casa de tu amiga, y ahora te faltan pantalones limpios para toda la semana. Regresás y descubrís que nada ha cambiado tanto; oscilás entre "no debería haber vuelto" y un "para qué merda estuve yirando todo el día, incómoda y sin mate". ¿Dónde quedó el valor transformador de la ausencia?
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