miércoles, 9 de febrero de 2011

Contienda

Por haber extrañado la casa, por haber tenido ciertos fracasos de tiempo libre, por haber deseado dormir en la propia cama, o por querer recuperar la intimidad que tanto bien le hace a las miserias personales, lo cierto es que el regreso de las vacaciones implica, en el minuto siguiente a traspasar la puerta de casa, suelo hacer algo extraño o extravagante. Cocinar una comida de ésas que añoré preparar, limpiar el baño, mirar el único capítulo de una telenovela mexicana que nunca más sintonizaré, mandar el mail que siempre quedó relegado —incluso, antes de irme—, volverme dócil y flexible con las tareas que reclamo a los gritos en "etapas hábiles", o ponerme a trabajar a las 3 de la mañana; cualquier estupidez que podría hacerse otro día toma un carácter de imprescindible y urgente. Esta vez, el regreso de un corto viaje me prometía algo más adrenalínico: apostar en las subastas de mercado libre por sillones retro. 2pé, 5pé, 20pé o 30pé; todo vale para sentirse una jugadora compulsiva que insulta al monitor cuando un desconocido, por vías virtuales, supera su oferta, así como permite experimentar esa sensación de que "eso" es lo que siempre quisiste y nunca te diste cuenta, aun siendo el usuario más activo en un remate de medias de toalla agujereadas. Pero esta vez encontré un silloncito setentoso que no pienso dejar pasar. Por eso, vos, "usuario santiblabla", que me corrés apostando un peso más que yo cuando no estoy conectada, olvidate de sentarte en la que será MI nueva adquisición. Desistí ahora antes de que sea muy tarde para lágrimas. Parafraseando a un mandatario yettattore, el chiche vintage es mío, mío, mío.

No hay comentarios: