Pues bien, en relación con este viaje sin escala hacia el ridículo, una de las imágenes emocionales (porque también puedo recrear cómo me sentía en esas ocasiones) más fuertes y vívidas que me quedan de la infancia es mi etapa de rompedora de termos. Sí, es así y no hay ningún chiste subrepticio: en mis 4 y 5 años, mi especialidad involuntaria era patear y pulverizar termos de agua caliente recién comprados. Todavía recuerdo mis autorecomendaciones:
"no lo tengo que hacer otra vez,
no puede ser que lo rompa de nuevo,
esta vez va a ser distinto"
pero, como ustedes adivinarán, mi motricidad autónoma lograba quebrar, por enésima vez, la maldita botella de vidrio calidad "cero resistencia" de los maléficos lumilagro.
Durante mucho tiempo, mi extraño y destructivo talento se vio atenuado.
Hasta este año, en el que rompí 3 termos propios y 1 ajeno en 4 meses.
Que ésta sea una etapa en la que me siento muy infantiloide, con serios problemas para crecer y, en simultáneo, esta afición de mis pies por las patadas distraídas se haya despertado, no deja de ser un dato singular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario