jueves, 17 de diciembre de 2009

Pirotecnia

Ya se ha mencionado, en años precedentes, lo bodrioso que me resultan las fiestas navideñas. Cada diciembre, refrendo mi sensación de agobio. No obstante, observo que muchas personas se cargan de nuevos bríos, distintos o intensificados con respecto a los que gobiernan sus noviembres. De alegría, de cansancio, de tristeza o de fobia, la variedad de sus aires decembrinos es tan amplia como, súbitamente, peligrosa. Así lo descubrí a bordo del colectivo 141.
Una mujer, con apariencia frágil y suave, tocó el timbre para bajar en la próxima parada. Esa "próxima" estaba a dos veredas de su ring; aún así, el chofer frenó con bestialidad para depositarla en ese lugar. Pero no: ella no quería ahí, sino cruzando J. B. Alberdi, así que le indicó con el movimiento circular de sus índices hacia adelante —como indicando "otra más", "avanzamos" o algo así— que quería bajarse en la siguiente posta. Yo estaba sentada delante suyo, en la hilera de varios asientos del fondo del colectivo, así que escuché cómo se dirigía a otra delicada señora que estaba sentada al lado mío. Reproducción del monólogo:

—¿Qué se cree? No me voy a bajar ahí, ¡con lo que cuesta cruzar Alberdi! Que me deje en la siguiente cuadra. Pero ahora vas a ver: seguro que me lleva hasta Directorio, de la bronca porque lo hice frenar.

(Aclaración: con todo lo que me peleo con los colectivos, esta vez era obvio que iba a seguir hasta Directorio, puesto que antes no había parada. A pesar de ello, la mujer le tocó timbre apenas cruzó Alberdi. El chofer pasó la vereda deseada de la pasajera y siguió de largo. Continúa monólogo)

—¿Qué te dije? Claro, ahora me va a bajar en Directorio. Qué lástima que una no tiene un revólver ahora como para pegarle tres tiros en la cabeza.

La mujer de al lado le contestó algo como "y, sí, la verdad que sí...", descuidando no sólo al pobre colectivero, sino a su propio cronograma, pues era obvio que un conductor con los sesos desparramados por el espejo envuelto con peluche nos retrasaría el viaje. La protagonista de este viaje, pensando en la injusticia de la no-portación de armas a tiempo, se despidió del chofer con un "muchas gracias, igual" y bajó indignada. Los mismos que piden a los gritos seguridad en lugar de justicia son los que se sienten aptos para —si tuvieran los medios necesarios— convertir su propia intolerancia en inseguridad para los demás. De terror.

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