domingo, 17 de mayo de 2009

Urgencias

Los domingos, día de té con masitas y de limpieza de baño (no a la vez), la mente se dispara hacia recuerdos inútiles pero dignos de contarse. Y en relación con lo segundo es que escribo.
Estoy convencida de que, para conocer una casa/bar/predio/institución/etc., hay que hacer una pasada por el baño. Esto es así.: la altura de las puertas, la presencia de material para leer, la cercanía del inodoro con la puerta (con el fin de obstaculizar una tentativa de apertura distraída, para los que siempre creemos que nos van a dejar en la exposición más humillante) y la altura de los espejos son cuestiones muy importantes que hablan de cada construcción. Pero todas esas variables se me diluyeron cuando me sentí obligada a ir al baño en la estación de tren de Angoulême (Francia), a minutos de la llegada exacta del TGV (Train Grand Vitesse o algo así; tomá).
Esos baños son compartimientos a los que se ingresa metiendo algunas monedas en una ranura: se cuenta con algunos minutos para completar el trámite y, luego de irse, a los 10 segundos se baldea automáticamente la habitación con desinfectante y el inodoro se limpia a fondo para esperar la próxima sentada. Se supone que nadie ve ese proceso, porque sucede cuando el usuario ya está afuera.
En esos habitáculos, el inodoro está muy lejos de la puerta de entrada, algo que siempre me pone muy nerviosa por el miedo ya comentado: cualquier idiota puede abrir la puerta y yo ahí, en un momento de plena intimidad y sin regreso del ridículo. Pero ya me encontraba adentro y nada podía fallar tanto.
Cuando estoy desabrochándome las 5 camperas, el jean, el pantalón de gimnasia y llego a la calza que terminaba de abrigar mi anatomía, escucho que alguien pone una moneda en el baño y se dispone a entrar. En medio de la desesperación, los balbuceos en francés desaparecieron y sólo atiné a decir un argentinísimo: "¡Ocupado!", dato que le pasó totalmente desapercibido a la chica rubia que, con un bolso enorme, entró al baño. No se sorprendió de verme, sino que acomodó un montón de cosas en su equipaje, me preguntó de dónde era y me contó que había venido de Finlandia a ver a un amigo. Sin pedirme disculpas, me regaló una historieta en finlandés y huyó del modo espontáneo con el que me había interrumpido. Con el ejemplar en la mano, pensé que por lo menos podría relajarme cumpliendo con mi cometido y mirando algunas viñetas, pero la realidad llamó a mi puerta:

¡El baño se iba a baldear automáticamente!

Por supuesto, lo que siguió fue un pandemonium de agua y desinfectante que me empapó, me asustó y me hizo salir corriendo sin tiempo para mi objetivo fisiológico. Con la historieta en la mano y a medio vestir, volví al andén agitada y segura de que había visto un ocultamiento de hachís sin que me hubieran dado siquiera una propina lisérgica.
El TGV llegó, impasible y dando muestras de la formalidad europea en cuanto a horarios y estilos. Pero siempre hay un lugar para el desorden más insólito, a pesar de los instructivos y las organizaciones de tiempo y espacio.

1 comentario:

MaGui (Sí, sí... la misma) dijo...

Esa anécdota está sensacional, comparada con la que tenemos —también sobre la temática baño— del viaje de regreso de Paraguay. Que considerada la finlandesa, dejarte material de inspiración para tu estadía corta y lavandinada en el lugar. Uno encuentra buena gente en todos lados!!!