domingo, 22 de febrero de 2009

Corso

Mientras yo estoy algo lejos de sus movimientos titiritescos, ellos quiebran sus caderas para levantar las piernas más alto, como polichinelas devaluados cuyo patetismo alegre forma parte, cada febrero, de las pretensiones (fallidas) de carnaval en la ciudad.
Sin embargo, como siempre que empiezo escribiendo sobre cualquier cosa, no es específicamente de las murgas sobre lo que quiero debatir en esta ocasión, sino sobre un personaje típico de sus filas que promueve la violencia con cada manotazo al cielo y entrechoque de rodillas huesudas.

Quiero dedicarle mis 2' de odio (al estilo de 1984) a los murgueros/as

Debo aclarar que esta caricatura carnavalesca no guarda similitud con el murguista, personaje muy respetable, por lo general idóneo para el corso y que tiene algo para dar, aunque no siempre nos guste ni nos interese. Me refiero al murguero/a que, de acuerdo con su sexo, presenta características auténticamente insoportables.

El murguero es el chicobien que quiere ser hippie y vive en Palermo Soja, no utiliza desodorante en sus axilas y tampoco otros productos de higiene para el resto de su cuerpo fibroso. Casi siempre está en cueros en lugares de tumulto, por lo que todos debemos contactarnos con su transpiración, con su mochila molesta y bultosa, así como los muchos pelos, en rastas y en trenzas, que habitan de su tórax para arriba (que es lo que está a la vista). Suele encontrarse en restaurantes vegetarianos de tenedor libre —uno muy popular del Abasto, por ejemplo— buscando tofu entre las bandejas con sus brazos en jarra e ignorante (cuándo no) de sus emanaciones propias de un soplido de Botnia.

La murguera es la chicabien que se viste con colores, baila encorvada y flexionando sus manos de tal manera que vayan de su nuca hacia arriba —como Ricky Maravilla en la frente, pero en el cuello y base inferior del cráneo—. Siempre se está moviendo cuando nadie se lo pide y ensaya su pasito de murguera (no de murguista) cuando quiere llamar la atención, es decir, SIEMPRE. Suele hacerse la simpática con los novios de otras, porque el propio ya la ha abandonado hace demasiado. Además, tiende a comer con la boca abierta, a utilizar demasiado las manos en desmedro de los cubiertos y a cantar cuando debería imperar el silencio (es decir, todas las veces en que ella está presente).

El murguero-estereotipo (más allá de su sexo), como no es reconocido por la gente del carnaval que sí hace las cosas en serio, se ve obligado a dar cuenta de su estirpe (?) los 365 días del año en plazas, recitales, bares y esquinas donde espera un colectivo que lo saque del galpón tugurioso donde organiza un viaje con 175 personas a Tilcara y lo deposite en algún punto de la ciudad donde yo siempre me lo encuentro, sin botellas rotas a mano para enarbolar y lanzar.

Los detesto desde hace tanto tiempo, que no entiendo cómo lo declaro recién ahora en este blog. Los verdaderos Insolados sabrán entender mi ira. Los otros, seguro tienen un asqueroso corazón murguero.

4 comentarios:

Fasmid dijo...

Aunque el niño pueblerino que fui casi sucumbe al sueño murguero allá por mis nebulosos 90 en la Gran Ciudad, no puedo evitar identificarme plenamente con tu sentir insolado.

maru dijo...

sos una genia

muerte a los murgueros!

Librepensador dijo...

No se porque pero siempre odié todo lo que rodea al carnaval.
Será porque cuando eramos chicos y cruzábamos accidentamente un corso se metieron con mi hermana y me enojé bastante, tanto que intervino la policia y eso que yo soy super pacífico.
Hay tanta gente que se copa con el carnaval que me da no se que decir lo que pienso, me siento un amargo, juro que no lo entiendo tampoco se si hay que entenderlo y no es solo que no me guste, lo detesto.
Gracias por el espacio de sinceramiento.
Besos

Anónimo dijo...

Ayyyyy Hasta que alguien lo dijo!

Coincido al 100%. Los murgueros -con su espíritu arengador insoportable- trazan un límite: acá se termina mi tolerancia con los gustos de los demás.

Disculpame, querido, pero adelante mío no te *expreses* asi.
He dicho.

:)