En un día harto penoso y que no parece terminar (todavía tengo que bañarme, sí, a las 2 de la mañana), tengo por lo menos 2 afirmaciones para registrar aquí:
1. Sentir que, entre todas las responsabilidades domésticas de la jornada, encender el lavarropas y prepararme para colgar las prendas mojadas no me disgusta casi nada, me hace una traidora a mi etapa histórica femenina.
2. Cuando descubro, frente al espejo, que tengo cara de muerta ya desde el mediodía, es señal de que hay que regresar a casa a dormir y a comer. Nada bueno puede salir de esa jornada. Y lo he comprobado más veces de las deseables (hoy, por ejemplo).
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