domingo, 24 de febrero de 2008

Estela

Llegan con camisitas claras y tienen espaldas estrechas.
Con voz suave y pausada, solicitan un ejemplar remoto.
Esperan algo ansiosos y suelen olvidarse sus lapiceras.
Quieren una fecha exacta, fotocopian y se van con la hoja en mano.

Pero justo cuando una va a compadecerse de su vida gris y se pregunta si en esa fecha murió su novia de la adolescencia, salió Platense campeón o su perro peludo ganó un concurso de coquetería, llega el vaho.
Y toda idea piadosa corre espantada al medio de la calle.
Entonces, a mí no me queda otra elucubración que la siguiente:

¿Por qué no se bañan antes de venir a la hemeroteca del Congreso de la Nación a pedir la edición de La Prensa del 11 de mayo de 1937?

Un grito desesperado por la convivencia llevadera en un espacio público.
Se aceptan firmas de apoyo (de quienes no se olviden el bolígrafo y usen desodorante corporal por lo menos algunas veces por año).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uno tolera feos olores en el Gym, en la pileta de natación deportiva, en los colectivos que nos llevan a la casa de un amigo la noche del sábado, en los locales bailables repletos de adolescentes testosterónicos mirando a su banda preferida. Pero uno jamás tolera el sudor ajeno en: las bibliotecas públicas; en los días de exámenes de la facultad llena de personajes que desconocemos pero que seguro saben mas de la materia que nostros; en las colas del hospital el martes a las 5 am; en los supermercados cuando llevamos el changuito lleno... etc etc etc.
AMIGA! Creo que sufriste un dañino mix de "aroma" + "lugar de percepción del mismo", léase entre el vaho nauseabundo de la señora/señor de espalda pequeña y la mortal estadía en la Hemeroteca del Congreso, que genera en uno la misma repulsión que el olor, pero menos evitable y menos eludible. Besos anti-sudores en situaciones indeseadas.