De los boletos multicolores con posibilidad de capicuísmo, llegamos a las tarjetas de subte, grises, iguales y, a lo sumo, con alguna promoción de venta que nadie usa.
Una trayectoria triste y aburrida del material callejero para observar.
Sin embargo, cada vez más chicos (pequeños: de 4 ó 5 años) coleccionan esos carnets embólicos sin ningún tipo de sentido extra. Los juntan para lograr una cantidad apreciable que les permita tener "un toco", pero no pueden mirarlas ni intercambiarlas porque no dicen absolutamente nada.
Conste que yo he acumulado porquerías que luego, cuando me olvidaba, mi madre me tiraba discretamente lo más lejos que podía, pero hasta eso no he llegado. Tal vez, sea que la calle ofrece cada vez menos cosas potables para ser guardadas: no hay boletos, no hay cospeles, ni siquiera muchos árboles con flores. Y antes que juntar los horribles tickets de colectivo, que con el tiempo se borran y quedan hechos papeles sucios, la firmeza del cartón subterráneo tal vez les permita hacer algo. Algo como un castillo de naipes más endeble o un empapelado reciclado para su habitación cuando sus padres no los vean y puedan recluirse sin quejas.
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