jueves, 1 de noviembre de 2007

Averno

—¿Ustedes saben cómo se clasifica a los niños? Por su obediencia: los que obedecen a sus padres, y los que no los obedecen. Cuando se es niño, hay que obedecer a los padres sin preguntar: eso es lo que hacen los buenos niños. Del mismo modo, los hombres y mujeres deben regirse por el mismo principio cuando son grandes: un hombre que deshonra a su padre o a su madre, ofende a Dios; una mujer que deshonra a su padre o a su madre, ofende a Dios.

Mientras comprobaba que el precio de los productos de siempre, en el supermercado chino de Magariños Cervantes, había sido remarcado por segunda vez en la semana, me dí cuenta de que la radio no transmitía más esas cumbias enfervorizadas que te hacen poner colorada aún si sos oriental y no entendés el idioma (las vibraciones sonoras alcanzan para lograr ese efecto).
No, no, no: esta vez, el programador musical del emporio había optado por una prédica temeraria, temible y algo amenazante, pronunciada por un señor de voz grave, ligeramente centroamericanizada y que se escuchaba bastante fuerte cerca de la carnicería del local, donde atienden los muchachos que, como en todos los negocios orientales con productos cárnicos, tienen tatuajes tumberos y caras aprox.
Tal vez, la clave del aumento subrepticio de los precios se base en la confusión radiofónica a la que nos someten cada día.
Prefiero el súper chino de mi Lanús natal, donde programan, con una computadora espacial, los últimos temas teens de Oriente; el efecto es bien entusiasmador, porque te parece que entrás a un videojuego a comprar lo máximo que puedas con el mínimo de dinero.

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