Y cuando en la isla se escuchaba nada más que el motor del generador que da electricidad a las pocas casas que hay por ahí, entramos al cementerio, que estaba completamente oscuro y solitario, incentivados por el continuo acicateo de "vos no te vas a animar...".
El miedo típico de películas de terror reapareció con fuerza: calaba en los huesos e impedía moverse con facilidad. Tan raro se sentía, que supuse que si de verdad algún fantasma quería hacerse presente, no iba a tener fuerzas ni reacción para escaparme.
Llegamos hasta el final del camino, húmedo y con ambiente de caverna al aire libre. Desde la entrada del cementerio, la profundización de la aventura consistió en llegar hasta la otra punta, que se encontraba a quince metros, aproximadamente. No me acuerdo si logré hacerlo.
Parecía increíble, pero la disociación entre lo racional y lo fantástico se había producido; nosotros nos habíamos pasado, definitivamente, al sector de la ficción más tenebrosa.
Dicen que los turistas sacan fotos de sus lugares de vacaciones para decir "yo estuve ahí". A mí no me quedó más remedio que fotografiar a través la penumbra, para dejar un testimonio de mi hazaña inútil.
3 comentarios:
Nunca te lo dije, pero aquella noche no intenté asustarte porque el sonido de mi propia voz me habría matado de un infarto.
Y hacés bien en no contar lo que sucedió luego de esa foto.
Eso nos lo guardamos para nosotros.
qué feo eso de dejarme así, queriendo escuchar lo suculento...
Que terrible este Lucho, no sé quién es pero me parece que es de esos que caen borrachos a las 3 am de un sábado con una gran lista de quejas. Mis respetos a él. Amo las películas de terror y cada vez que puedo reproducir alguna escena que me paralice del miedo, lo hago! No sé si es masoquismo o mera admiración, pero envidia el lugar dónde anduvieron... Besos de rivotril y alplax...
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