Tenía una torta riquísima que una amiga trajo a casa, pero con tantas calorías que comía microporciones diarias desde hace una semana, con un té edulcorado (la hipocresía de cada noche). Ayer, mi concubinovio decidió que era el último día de ese postre, aunque quedara un poco, y me ayudó a tirarlo. Sí, me ayudó, debo confesarlo. Yo no podía sola. Reproducción:
Yo: no sé si tirar la torta de una vez o terminarla mañana.
Él: ¿me estás cargando? Esa torta se tira hoy mismo.
Yo: ¿te parece? Es tan rica. No habrá otra así por mucho tiempo en esta casa.
Él: no lo puedo creer. Tirala, por favor. Es lo más dulce y empalagoso que comí en mi vida.
Yo: sí, por eso. Está buenísima. ¿No la podés tirar vos? A mí me da pena.
Él: ya me la estoy llevando.
(...)
Yo: ¿ya la tiraste? Mejor dejala, mañana la comemos.
Él: no, la tiré. ¿Ves el taper? Está vacío.
Yo: bueno, pero entonces tapala con algo para que no la vea en el tacho y me dé lástima.
Me la envolvió con un papel de aluminio usado, el mismo que cubría ese banquete. Hoy a la mañana lo toqué para cerciorarme de que adentro estaba ella. Estaba.
4 comentarios:
Pobre torta
Que culpa y tristeza que causan esas situaciones!
Un crimen perfecto,elucubrado con cinismo...son complices LOS DOS del deceso.
Flor G.: sí, la torta siempre estará en mi recuerdo. Ahora espero que otra amiga me prepare una nueva, a la que nombraré su hija o su sucesora.
Junior: shhhhhh... Yo puedo ser culpable, pero hay que debatir quién fue el instigador.
Yo nunca la hubiese logrado...NUNCA...que valiente en permitirlo!!!
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