sábado, 31 de octubre de 2009

Cuidados

El acto de "darse de alta" en cualquier cosa es peligrosísimo. Involucra un compromiso emocional involuntario que no se parece en nada a la cruel e indiferente mano invisible del mercado. La impersonalidad con la que se podían hacer las cosas dio paso a una personalización cargosa y vigilante, y los perejiles como nosotros siempre tenemos malos actores, al otro lado del mostrador, que hacen de madres indignadas y demandantes. Para fundamentar esta idea remanida, va un relato de la vida real, al estilo Pare de sufrir. Comencemos con la lección.

Como el Estado decidió acogerme en una de sus formas de obra social, arrastré a mi concubinovio a tremenda aventura. Por eso, juntos y de la mano, cancelamos nuestra suscripción a emergencias sociedad anónima, donde teníamos el plan más barato, sólo por si nos moríamos en plena calle (por lo menos, alguien limpiaría la vereda por nosotros). El operador anunció que en "los próximos 10 días hábiles un representante se comunicará con usted". Obviamente, pensé por qué no se ahorraban la llamada y me daban de baja de una buena vez, pero entendí que venía un segundo round. Éste sucedió el jueves a las 9 de la mañana, horario prohibido para recibir llamadas en casa; pese a todo, atendí.

—Estimada Laura, soy Olivia y la llamo de parte de emergencias sociedad anónima. Nos ha llegado el informe de que usted ha decidido darse de baja de nuestra empresa. ¿Qué pasó, Laura? ¿Tuvo algún problema?
—No, ninguno. Lo que pasa es que ahora tenemos una obra social y no necesitamos las dos cosas.
—Pero usted entendió mal. Usted puede tener una obra social y también a nosotros, que somos un servicio de emergencias.
—Claro, sí, pero prefiero quedarme sólo con la obra social. Por eso, quiero la baja de emergencias y les agradezco mucho.
—¿Es un problema económico? ¿No tiene plata para pagarlo? ¿Usted sabe que si paga con débito es más económico? ¿Usted lo sabe?
—Sí, lo sé, pero quiero darme de baja. Tengo plata para pagarlo, pero no quiero. Nada más que eso. Además, habrá visto en mi informe que sólo usamos el médico a domicilio una vez.
—Sí, en junio, para Luciano, una visita durante la epidemia de gripe A, un momento de intensa crisis (?). Lo que yo quiero saber, Laura, es: ¿y si tiene una emergencia y su obra social no se lo cubre? ¿Qué va a hacer usted?
— Lo mismo que hacía antes de contratar su empresa. No se haga problema: yo me arreglo. Le agradezco las posibilidades que me va a dar para seguir, pero quiero la baja.
—No, es que yo no le estoy dando ninguna posibilidad, sólo quiero que me diga qué va a hacer si tiene una emergencia que su obra social no cubre.
—Si pasa, me fijo qué hago. Pero usted no se preocupe.
—No, yo no me preocupo. Le pregunto si a usted no le preocupa.
—No, yo quiero la baja y nada más. Si tengo un problema, lo arreglo yo.
—(Silencio sancionatorio) Entonces, Laura, yo lo lamento muchísimo pero no tengo otra alternativa que dar curso a su pedido.
—Sí, eso es lo que quiero, gracias.
(Me corta sin saludar, como para demostrar que está muy enojada)

¿Dónde ha quedado la dignidad fría e imperativa de una empresa? ¿Por qué hacen que sus operadores berreen por teléfono y hagan el sketch de sentirse traicionados? Telemarketers y sus jefes, esperen a que tenga 80 años y tenga medicación psiquiátrica para desestabilizarme y hacerme sentir culpable. Por ahora, denme la baja y cierren la boca.

1 comentario:

Luciano Saracino dijo...

Capitulo II:

Laura y su concubinovio volvían, esa misma noche, de un tugurio en el Abasto. En la Avenida Jonte, casi llegando a Nazca, el tráfico se volvió mas lento y las sirenas muy pronto se mostraron en su total luminosidad.
Auto a paso de hombre. Dos ambulancias. Un herido en la calle. Una inscripción en las dos ambulancias: Emergencias.
Insolada: ¡Uy! Justo hoy nos dimos de baja de Emergencia.
Concubinovio: Ajám.
(silencio lleno de sentidos hasta llegar a casa).