jueves, 14 de mayo de 2009

Pasajeras

Recién ahora entiendo que la fineza devaluada de mis últimos posts —especialmente el de la farmacia— era tan sólo una premonición web de lo que vendría. Yo creía que los viajes más caóticos que podía llegar a vivir eran los que realizaba con mi familia hasta Santa Fe, en auto, en los que podían alternarse porciones de tarta de verdura, perros caminando por los asientos, mochilas obstructivas, fastidio circundante después de las 5 hs. y kilómetros que parecían de chicle porque nunca se terminaban.
Pero no.
Con la amiga Magui viajamos en un bus experiencial desde Asunción a Buenos Aires. Días antes, como es obvio, habíamos completado el trayecto inverso, pero lo que nos interesa escribir a las dos —pues ella ya ha realizado la crónica pertinente en Se Acabó lo que se Daba— es el Decálogo del Regreso.
1. La matemática sufrió un cisma en su historia antiquísima al descubrir que 2 asientos no se corresponden con 2 personas, sino con 3, con 4 y, mediando el disimulo, hasta con 5.
2. Mientras tanto, el tualé demostró una justa inflexibilidad al resistir los embates del organismo sólo en la medida de los pasajes vendidos, por lo que el remanente humano nos destrozó el sanitario cuando ni siquiera habíamos pasado Formosa.
3. Los niños volvieron a darnos la razón sobre que hay que esperar a los 18 años no sólo para que voten y manejen autos, sino también para que viajen solos, sin los insoportables de sus padres, y dejen dormir al resto.
4. Un bebé engripado, afiebrado y flemoso nos acompañó con sus gorjeos durante toda la noche.
5. Un museo de pañales devastados surgió del piso para confirmarnos que teníamos el territorio tomado.
6. Las dos películas seleccionadas para nuestra convivencia harto involuntaria se leían mal y duraron 1/2 hora más de lo previsto.
7. La cena (milanesa frita fría con arroz blanco y seco) era una trampa para el sistema gastrointestinal, de la que pudimos salir airosas.
8. El desayuno era de lo más triste que he recibido, y creo haber aclarado alguna vez lo importante que es para mí esa comida del día.
9. El almuerzo improvisado por algunos pasajeros concentraba tanto ajo que creí que me iba a achicharrar como una vampira contra la ventanilla. Creo haber sugerido, también, que detesto el ajo con todas las fuerzas de mi gula culinaria.
10. Las desesperantes migas fueron el denominador común de mi sueño, mi vigilia y mi espera.

Pese a todo, me reí tanto que escribo este post.
(Si quieren seguir leyendo, en Se acabó... estará el reporte-espejo de esta travesía)

1 comentario:

Anónimo dijo...

fuerte, muy fuerte la historia... creo que la ultima vez que había sentido tanto miedo, impresión y temor fue cuando me contaron la serie de Natalia Oreiro en América, creo q me la contó una conocida nuestra... mmm mmm no recuerdo su nombre jajaja
Ay chicas que pena me dan (diría Valeria linch),rescatemos el lado bueno: pueden dar cátedra de supervivencia o ganarse unos pesos en algún circo de esos que meten varios payasos en un mismo autito!jajaj las quiero y estoy feliz de que volvieron sanas (por ahora no se les detecto ningún virus, no cantemos victoria) y salvas (salvas siempre y cuando, no se les detecte ningún virus como ya dijimos proveniente de algún niño engripado)... besos, la negra