Está bien, la idea de este blog no es hacer un recorrido cotidiano de mis apesadumbrados días, pero el de ayer fue especial. Trataré de contarlo así de apurado como sucedió, para que los que lo lean terminen tan agotados como yo quedé al culminar mis 20 horas de vigilia.
Posta 1: último día de evaluaciones del Operativo Nacional en escuela primaria. Niños felices, cariñosos, que no conocen el dolor, insistieron en quererme hasta lo inaudito, pidiéndome que los recuerde como si de hijos propios se tratara. Debo reconocer que, a pesar de que mi perfil dista mucho de una Mary Poppins, lograron emocionarme un poco. Me hicieron un cartel con frases adorables, los saludé a todos con un beso, hablé con la maestra sobre lo fútil de las evaluaciones si es que nunca habrá una devolución para la escuela y me fui con saludos de manos pequeñas. Me sentía una verdadera reina, irrumpí en la sala de maestros preguntándome por qué no había sido docente de niñitos, cuando tres enanitas pertenecientes al grupo que acababa de despedir, me dijeron "Laura... te olvidaste nuestro cartel en el aula". Oooops... lo había vuelto a hacer (y bueno, sí, puedo tomar una frase de Britney Spears: ella suele maltratar nenes).
Posta 2: de manera casual, como sucedió casi todo ese día, conversé con un ángel con traje de psicodramatista, una de las especialistas más importantes (si no LA especialista) que hay aquí en Argentina (no diré su nombre porque no sé si quiere insolarse conmigo en este blog desafortunado). Explicándome los fundamentos de su disciplina, comenzó a dar un ejemplo de un caso de la vida cotidiana que a mí me tocó muy de cerca. Me puse a llorar sin poder detenerme —a pesar de que era la primera vez que veía a mi interlocutora— e inmediatamente, de todo corazón, practicó conmigo una sesión de psicodrama, ayudándome así a concretar despedidas que vengo necesitando desde hace tiempo, así como a construir nuevos espacios de encuentro sin fecha de vencimiento.
Posta 3: aterrizaje en el barrio chino de Belgrano. Como era un día hábil, no tuve que sufrir a los turistas comiendo sushi como si fueran habanos gordos, ni a snobs comprando lo que nunca van a comer (o, lo que es peor, que sí van a comer sin poder decir que se tapan la nariz para no sentir el gusto). Corrí hacia un supermercado donde Luciana, amiga, rescata panes ricos que, en todas mis visitas a ese mercado cool, jamás había encontrado. Pero ese día estaban allí, orondos, fresquitos, listos para ser capturados. Además de elegir una bolsita para tomar mate en casa, seleccioné una gran factura, rebosante de manteca y coco rallado, que fui comiendo por el camino hasta reconocer que mi hígado se merecía una segunda oportunidad en la vida.
Posta 4: llegada a casa. Mate rápido pero imprescindible con Luciano, luego de haber comprobado que poner nuestra casa en venta funciona para que él limpie con maestría nuestro hogar —chicas, hagan esto en sus casas— y huida hacia el centro, como si me faltaran viajes por hacer. Llegada a Chacarita: subte B interrumpido, y casi ninguna otra opción que me depositara en un lugar cercano a mi próxima cita amiga. Me esperaba una hora y media de transporte público atestado y fastidioso, típico de viernes.
Posta 5: finalmente, llegada a San Telmo. Allí me esperaban otros ángeles más, conocidos en un lugar que no se caracterizaba por su condición de celestial, precisamente, pero que merece nuestro respeto, como dice Olga, amigaza, porque nos ha reunido. Llegué una hora y media tarde, pero todo estaba bien. Me hicieron muy lindos regalos de cumpleaños y me invitaron a comer en un patio cervecero donde la gente cantaba, contenta, al ritmo marcado por un animador calamaresco que, por esa noche, no nos molestaba.
Posta 6: llegada definitiva a casa, donde me esperaba una cena atiborrada de conversaciones sobre cine, pero en las que —por suerte y con todo placer— no estaba obligada a opinar como si supiera, algo que no sucede muy a menudo cuando te encontrás con gente que conoce mucho del tema. Lo que es mejor, gran parte del diálogo versó sobre una nueva peli de terror, cuyo guión es made in Saracino. Como en todas las reuniones donde me siento cómoda y empiezo a escuchar los llamados del cansancio, me acosté en el sillón/ex-cama y, poco a poco, me fui durmiendo, mientras Luciano me agarraba de la mano y contemplaba mi lento y esperado desmayo.
3 comentarios:
no es largo, che!
a mi me gustó verte recorrer la ciudad porque yo estoy acá, inmóvil, y no me canso.
por lo demás decir que si hay algo made in saracino soy capaz de ver hasta una peli de terror.
la casa en venta?!!
mañana hablamos.
besos.
Pero es un cansancio lindo!!! Tu día estuvo repleto de cosas lindas... así vale la pena cansarse,mujer!
¿Sushi en el barrio chino? Es increible como la globalización está en todos lados... ;-)
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