miércoles, 21 de noviembre de 2007

Derrape

Hay momentos en los que no me gustaría estar en mi cuerpo y, casi todos esos momentos, coinciden con los episodios casuales, fatídicos, azarosos y bizarros en que me caigo por la calle.
No hacen falta muchos factores: ni pesadas bolsas, ni tacos altos (que nunca llevo puestos), ni animales que se cruzan con sus correas, ni ciegos que me embisten con el palo blanco, ni baches urbanos de larga data. Sólo hace falta que me desentienda de mis extraviados movimientos, para que al fin suceda: Laura en el piso, pensando "otra vez sucedió" y resolviendo en milésimas de segundo cómo levantarse y continuar con la vida en sociedad en Buenos Aires, sin necesidad de cirugías estéticas ni pelucas.
Y digo que no me gustaría estar en mi cuerpo, porque me encantaría estar mirándome mientras me caigo; tengo muy pocos talentos (insuficientes, diría), pero estoy casi segura de que soy la mejor "caedora" del universo. Ya, casi, no me da nada de vergüenza y, en algunos casos, hasta le he transmitido la incomodidad a los que me acompañan.
El descenso en picada de hoy puede confirmarlo.

Escenario: colectivo 110, esquina Malabia y Corrientes. Más precisamente, el medio del vehículo, donde se encuentra, a la izquierda, la puerta de salida y, un paso más adelante, un traicionero escalón señalado con un cartel luminoso que dice: "Cuidado escalón".
Los problemitas con la autoridad que me caracterizan se manifestaron también en el total desconocimiento del cartel y del fundamento de su existencia; como consecuencia de ello, caí con el cuerpo en diagonal, con mi osamenta de 1,68 (con los condimentos hereditarios de un padre grandote), de lleno sobre la mitad posterior del colectivo.
Recuerdo que hundí mi nariz en una de las rendijas polvorientas del piso y largué una carcajada, diciendo "¡no te lo puedo creer, otra vez!". Cuando levanté la cabeza, riéndome y asegurando que no me había pasado nada, varias manos solícitas creían que, en lugar de ayudar a incorporarme, iban a tener que recoger mis dientes.
Pero nada de eso ocurrió porque, como ya dije, soy la mejor caedora del mundo. Sólo lancé algunas bromas de compromiso, diciendo "voy a tener que cambiar de colectivo", me puse mis anteojos negros y huí al fondo del colectivo, esperando el salvador recambio de pasajeros y la llegada de aquéllos que no vieron el gag gratuito y circunstancial.
¡Qué me van a hablar de "intervenciones artísticas en el espacio público con fines de revolución, contracultura y rebeliones intelectuales"! Lo mío es bien genuino y estén atentos: en cualquier esquina donde pasen puedo estar yo, lista para el paso de comedia con fractura expuesta; estoy segura de que no querrán perder la oportunidad de juntar mis piezas dentarias, por si ellas deciden decir "adiós" de una buena vez.

1 comentario:

Andre dijo...

Jajajajajajjaaja!!! Q caída muchacha!!! Por qué escatimás caídas conmigo, eh? Por qué nunca te me caíste así, eh?
Y sí, yo con el tiempo he aprendido a actuar igual que vos ... a reírme y a hacerme el autochiste.... en el fondo creo que es como una manera de autodefensa... si yo me río de mí lo que vos puedas hacer es muy poco!