sábado, 4 de agosto de 2007

Latino

Detesto bailar latino en las clases de gimnasia.
Lo detesto.
Reconozco que mi cuerpo, desde el abdomen hasta las rodillas, parece carecer de bisagras/articulaciones, pero no creo estar mejor que el resto de mis compañeras de clase.
A veces creo que los yuppies viejos, que todavía intentan jugar al paddle sin pulverizarse los huesos, observan nuestra sesión de baile como si formáramos parte de grupo de rehabilitadas con problemas motrices, que cumplen con su rutina terapéutica.
De lo que sí me he dado cuenta, es que el oficio de redactora no es correlativo con la conexión corporal. Puedo enseñar el insoportable e inmortal meneaito, o el aburrido pasito de "Macarena", con mis dedos sobre el teclado, sentada, y explicando palabra por palabra los movimientos que se deben hacer. Incluso podría aventurar los efectos psíquicos del baile, en los que lo hacen y en los que lo miran. Pero soy incapaz de poner en práctica lo que describo.
Una minimuestra de las contradicciones modernas.
Y una gran muestra de que, a pesar de estar en Sudamérica, no tenemos porqué abogar por el maldito y absurdo reggaetón.
Y sí, estoy haciendo la declaración innecesaria de cada fin de semana por la madrugada, en la que una reunión con bebidas espirituosas me ha dejado más de una frase pseudofilosófica en la boca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Nunca te dijeron que el ejercicio físico hace mal?
Además... así estás muy bien.
Los que te conocemos te preferimos tipeando tus magias a imaginarte bailando el meneaíto.
Hay cosas que no van...