miércoles, 12 de marzo de 2008

Comunicación

Máxima del día de hoy: no se pueden tomar colectivos que circulan por las estaciones que no corresponden a nuestros croquis natal, es decir, aquellas cuadrículas urbanas por las que uno pasa incansablemente desde hace varios años.
En Lanús puedo saber específicamente dónde para el ómnibus N°3.459.032, dado que mi memoria ha enlazado locales cerrados y vigentes, semáforos que funcionan y afiches peronistas que, en conjunción, arrojan la coordenada exacta del poste numerado donde se detiene el colectivo que se requiere abordar.
En cambio, en otras estaciones (de medianas a grandes), esa posibilidad se anula por completo.

Ficha didáctica para comprender la indicación:
Ayer me equivoqué el sentido de la línea del subte A (tomé el que iba para Primera Junta en lugar del que se dirigía a Plaza de Mayo) y quedé varada en Plaza Miserere. Es decir, no confundí ni debatí el significado de la existencia de esa línea de subterráneo, sino que viajé en dirección contraria a mi conveniencia. Considerando que ya estaba a mitad de camino y que no correspondía rehacer el trayecto completo, deduje que algún maldito colectivo de Once podía acercarme hasta mi casa. Según testimonios de los eternos deambulantes de esa plaza, supe que el 86 podía auxiliarme en esta campaña y que la parada no estaba lejos.
Hasta allí llegué y, en el breve camino, encontré:
- 2 filas de 50 personas cada una, que confluían en el mismo poste;
- 1 colectivo 86 que llegó, hizo descender a algunos pasajeros y se fue, sin que nadie subiera;
- Otro colectivo 86 que, ese sí, iba tragándose una fila cansada y algo malhumorada de gente.

Frente a la confusión en la que me encontraba —perderme geográficamente hace que me pierda mentalmente—, le consulté a la chica de la hilera de al lado en cuál de las dos filas era correcto esperar el 86.

—En las dos —me contestó.
—Ah, ¿y entonces por qué recién llegó un 86 y se fue, medio vacío, sin que nadie lo tomara? —terminé de nublarme conceptualmente yo.

La chica me miró con cara de desconcierto y una mujer que estaba atrás, que no tenía rasgos que demostraran mucha más cordura que los míos, comenzó a sonreírme y a decirme "bueno, sí, sí", como si yo estuviera drogada, loca o borracha. No hay nada peor que darse cuenta de que una está dando esa imagen, porque comienza a desarrollar actitudes que confirman, ya sin dudas, lo que el otro está pensando, a saber:

1. Desarrollé explicaciones sobre el 86 fantasma que había visto y que se había ido sin conquista de pasajeros;
2. Concluí mi exposición con un "¡Me están contestando como si estuviera loca!", lo que afirmó aún más la presunción anterior;
3. Como si fuera una opción terapéutica, la chica —que me guardaba un poco más de respeto— me contestó lo nunca preguntado: "Es que el que están tomando ahora va por la autopista", lo que no me ayudó en absolutamente nada;
4. Finalmente, me quedé tildada al costado de la fila evaluando que ese vehículo me llevaría a la dimensión desconocida; por eso, di media vuelta y regresé al subte, haciendo el trayecto que debería haber comenzado hace 20 minutos y que se alargaría 20 minutos más.

No tomen colectivos en estaciones grandes a las que no están acostumbrados. Las ambulancias de Salud Mental están ahí, patrullando y observando a todo el que demuestre su verdadera patología sólo por no tener una GuíaT a mano.

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