martes, 28 de diciembre de 2010

Sola(r)

Giré la cabeza y allí los vi: hermosos, bronceados, perfumados, con su silueta recortada por la luz de los focos de la calle. Volví a mi perímetro de existencia, dentro del que tomaba mate y comía una berlinesa frente al mar. En ese momento, dictaminé que no hay lugar en el que uno se muestre tan materialmente solo como en la playa. Esa idiotez de "lo esencial es invisible a los ojos" pierde vigencia en muchas instancias, pero en ninguna es tan inútil como en el escenario playero, donde todo, todo, implica una dinámica colectiva: jugar "deportes", pasarse el bronceador, acordar el almuerzo, rescatar el frisbee, salir a caminar por la orilla, conversar sobre los bizarros de turno, deliberar sobre la compra de churros y buscar agua caliente para una segunda ronda de mate sin tener que desarmar toda la tienda de campaña. No importa si te mensajeás con tu pareja, si tus amigos te preguntan cómo es esa novedad de retozar en la arena sola, si tu casilla de mails tiene 103 correos sin leer luego de no revisarla por 5 días; visiblemente, estás sola, sola, y todo se reinterpreta en esa clave:
* Hay zonas al fuego vivo de tu piel, ubicadas justo donde el protector solar no se puede esparcir con ninguna de las dos manos propias.
* Comés una ensalada de un taper y tomás agua directo de la botella.
* Clavás una sombrilla para que quede bien inclinada sobre la arena; total, alcanza para que entre una persona sola, en cuatro patas, para buscar cosas de la mochila.
* Terminás todos los libros que te llevás, y te sobra el tiempo.
* Creés que tu interior bucal se va a deteriorar por no hablar tanto tiempo.
* Los vecinos te invitan a cenar con ellos pensando que sos un pobre cachorro perdido en la arena (sobre esto, próximo post).
* Luego de 5 días de desconexión, te rendís, vas al cyber y pedís una pc para escribir todo esto que no entra en un mensaje de texto.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Catálogo

De la creadora de Hombre-Scon, llega:

Yo: ¿viste la foto que te mandé? Es del chico de mi trabajo que me parece que se llevaría bien con vos.
Ella: mmmh, sí, la miré, pero...
Yo: ¿pero qué? Mirá que me parece que puede andar, eh?
Ella: sí, pero me dio la imagen del gordo freak que se unta dulce de leche en la panza y se lame.
Yo: yo lo vi varias veces, y estaba bañado. Dulce de leche no tenía.
Ella: por ahí ya se lo había lamido.
Yo: puede ser, pero pensá que puede ser un lindo hueso para el verano.
Ella: mmmh, sí, tal vez.
Yo: un hueso con bastante carne. Un hueso bien.
Ella: claro, no una costillita.
Yo: no, más bien un osobuco.
Ella: en ese caso, puede ser.

Si nos armásemos un book, seguro que seríamos lomásdelomás.

(Hombre-Scon está linkeado pero no se nota)

sábado, 18 de diciembre de 2010

Toplesslip

Un extraño designio del destino hace que, en forma periódica, me encuentre rastis por la calle. Hace varios meses, tal vez el año pasado, me encontré uno cuadrado y rojo, y después bastantes cosas raras pasaron de las que no me quedó el recuerdo pero sí la impresión de que sucedieron. Ayer un rasti rectangular, verde manzana, me esperaba en la esquina de J. B. Alberdi y Mariano Acosta, colgado del cordón de la vereda, inclinado en diagonal hacia el empedrado. Por supuesto lo agarré, le dije que iba a tener un compañero en casa (?) y me pregunté qué cosas extrañas me sorprenderían a continuación. 100 m. de caminata me alcanzaron. En un primer piso, saliendo de un balcon antiguo a través del que se podía observar un departamento tan amplio como delirante, un señor mayor en slip azul marino y haciendo topless* —dado el volumen mamario que la flaccidez le había dado— sacaba fotos a la obra en construcción de la esquina.
Raro, dije. No lindo, agradable, alegre o estimulante.


* Previendo la llegada de las situaciones de playa, pileta, plaza con cierto grado de exhibicionismo, quintas de amigos, asados familiares, limpieza de auto en la vereda, ingesta de mates en jardines o patios a la calle y otras situaciones donde estos señores suelen adoptar esta tendencia en moda, propongo utilizar el término "toplesslip" —aunque en lugar de slip, gracias al cielo, usen shorts— para evitar el remanido "me duelen los ojos, un octogenario está en tetas en la esquina de mi casa". Queda mejor "cruzate de vereda y no mires de reojo, que un señor está practicando toplesslip y vos recién almorzaste".

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Regalito

Que cuando estoy volviendo a mi casa, en un estado de profunda reflexiodepresión, suene al azar un tema tan viejo pero tan oportuno como "Señal que te he perdido", es un patadón más que me dedica este diciembre espinoso como pocos. A ver si llega el 31, eh.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Autotraining

"¿Sabés qué? Me lo compro porque cuando tenga que faltar varios días a gimnasia, puedo compensar con eso".

"Eso" fue, claramente, la peor compra del año. Que además era un fracaso anunciado.

Descripción: plataforma rectangular con dos rieles sobre los que hay pedales o formas de huellas. Adelante, dos travesaños verticales a manera de esquíes. El truco es hacer como que se camina con esquíes, acompasando ese movimiento incómodo con el ir y venir de los brazos (agarrados a los palos verticales).

Resultado: sensación de rotura de rodilla en cada movimiento. Brazos que claramente no tienen nada que hacer. Piernas tiesas. Imagen general de idiotez.

Tengo las zapatillas puestas y estoy decidida a practicar mi esquí terracero en intervalos de 15 minutos cada 45 minutos de trabajo, porque no llegué a ir a gimnasia en toda la semana. Esta tarea inútil y riesgosa sólo se me puede ocurrir en diciembre, mes en el que todo lo que puede salir mal, se vuelve catastrófico.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Viajes

Iba caminando por la calle de mi infancia, hasta que vi las dos casas abiertas: la oficial y la alternativa. Todo hacía pensar que estaban limpiando, tirando, haciendo bolsas con lo que sobraba, y yo me quedé tranquila. Pero por alguna razón tenía que entrar a alguna de las dos casas —tal vez hacía frío, lluvia, era de noche o estaba cansada—, y elegí la oficial. Adentro todo estaba muy oscuro: paquetes, diarios, partes de muebles y otras cosas que no se distinguían bien en la penumbra. Escuché unas pisadas cansinas que se acercaban, afuera, y salí corriendo a la puerta: "Si ve que hay alguien y no me conoce, me va a dar un martillazo", pensé. Cuando llegué a la puerta, ella también lo hacía: pelo rapado y platinado, una nariz más fina de la que le supe conocer —casi, casi, operada—, boa de plumas negras y vestido de igual color, bien de fiesta. Le dije: "Soy yo, Laura, ¿no te acordás de mí?", y ella me respondío que sí con sorpresa, pero se apresuró a preguntar qué hacía yo ahí. Respuesta muy difícil que preferí eludir consultándole, como en los viejos y vivos tiempos, por qué no abandonaba esa casa abarrotada, tiraba todo de una vez y se iba a un lugar mejor. Ella me dijo que sabía que se iba a morir ahí, pero que lo único que le molestaba era saber que no iba a viajar: "No voy a llegar a conocer Cuba", me dijo. "¿A Cuba?", le pregunté: no sabía que ella tenía ese horizonte en la cabeza. "Sí, a la Habana, y tengo millas para usar y no las voy a usar" —tampoco sabía que "millas" era una nueva incorporación en sus charlas—; "¡Y andá! Dejá todo esto y andá de una vez, que debe estar buenísimo; andá en avión". Me miró extrañada y me contestó como si se tratara de una obviedad: "¿No ves que Cuba está cerca? A Cuba se tiene que ir en colectivo, ¡en colectivo!", gritaba mientras agitaba los brazos.
Me levanté sobresaltada y recordé que, increíblemente, hoy hace 4 años que ella se fue a un lugar mucho más lejano del que puede llevar cualquier avión. Claro, pensándolo así, la distancia a Cuba era una pavada; ella ya lo sabía. Y aunque manejemos cuentakilómetros distintos, todavía hay espacio para que ella y yo nos juntemos en la intersección de lo bizarro. Por suerte.