martes, 29 de diciembre de 2009

Cream

El secreto de la playa es encremarse las 24 hs. del día. Sólo así se puede sobrevivir a la exposición desmedida al sol, a la sal, a la arena y al viento. Por lo tanto, hacer playa también es trabajar, en cierta medida y, si nos tomamos un descanso de la actividad física, este escape se compensa con la unción permanente y minuciosa de todo tipo de crema, gel y protector solar. Si no creen que sea así, cotejen mi cronograma playero con el suyo:

10 am: crema hidratante en el rostro, porque recién me levanté y lo siento algo tirante.
Mediodía: protector solar 30 minutos antes de llegar a la playa, para que empiece a hacer efecto.
12,45 hs.: llegué hace 15 minutos a la playa y me estoy derritiendo. Me voy al mar.
13,10 hs.: salgo del mar con los labios azules y me dispongo a secarme al viento, como bombacha de abuela. Espero estar un poco escurrida para ponerme protector de nuevo.
13.20 hs.: ojalá no me haya incinerado estos 10 min al sol sin custodia hinds. Trato de ponerme el protector: primero la cara, luego la panza, luego el escote, los hombros, los brazos, las piernas y, ahora sí, la espalda, haciendo contorsiones circenses y viendo cómo el resto de los veraneantes piensa: "pobre chica, está sola y ni siquiera tiene a alguien que le pase la crema en forma pareja".
13,30: me siento a leer. Me doy cuenta que el pliegue de la panza me va a dejar una línea blanca diagonal muy poco glamorosa. Y bué. Paso la página y sigo.
14 hs.: me incinero otra vez. Me doy vuelta, para ver si mis piernas verdosas van a poder exhibirse alguna vez. Previamente, hago espinales involuntarios para pasarme el protector solar como la etiqueta del producto manda.
14,20 hs.: empiezo a sentir el ardor en aquellas regiones de la espalda a las que no llegué con mis elongaciones de brazos. Aunque es temprano, ya sé cómo termina: la piel con manchones rojos entre regiones amarronadas y saludables.
14,40 hs.: me miro las piernas y siguen tan impermeables al sol como siempre. Me aburro. Otra vez al mar.
15,10 hs.: regreso. Protector solar en todo el frente de mi anatomía. Dilemas: ¿es hora de unos mates? Pero si tomo mucho ahora voy a tener que buscar un baño en breve. Mejor espero. ¿Ya me terminé el libro? ¿Lo termino hoy o mañana? Si lo termino hoy, ¿lo entenderé bien o me lo deglutiré como al pan dulce al que no le doy tregua?
15,50 hs.: ¿voy de nuevo al mar? Si voy, es el último baño del día pero voy a salir congelada y no me secaré por 2 horas más. Si no voy, soy una bolufla que tiene al mar adelante y no lo disfruta.
16 hs.: bueno, voy.
16,30 hs.: siempre lo mismo, ¿cuándo voy a entender que tengo que hacer como las demás mujeres que están secas, marrones y abrigadas? Ahora, me estoy secando con el viento helado y la gente mira. Esto lo hacen las personas hasta los 14 años. Cuando tenés el doble, queda freak. ¿Más protector solar? Bueno, un poco, a ver si laburé toda la tarde y ahora la famosa resolana me asa como un pollo.
18,30 hs.: se absorbió el protector, se fue el sol, ya tomé mate, terminé el libro y le di un tarascón más al pan dulce.
18,40 hs.: ahora sí que me vendría bien un baño.
18,55 hs.: ahora sí que necesito desesperadamente un baño.
19 hs.: mmmhhh, 7 cuadras para llegar. Bueno, tal vez en 9 minutos llegue.
19,30 hs.: me baño.
19,45 hs.: combo de crema humectante, gel post solar e hidratante para la cara. Antes de dormir, un poco más de todo eso para no ser como la mujer de calabró o mimicha reutemann en un par de décadas.

Ir a la playa y vivir para contarlo es un verdadero trabajo. Pero el mar lo recompensa.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Probiótica

Si no recuerdo extraordinariamente mal, Campanita (el hada que acompañaba a Peter Pan en sus aventuras) abría una bolsita o una cajita de la que salían despedidos polvos mágicos que podían hacer volar a quienes los tocaran o se toparan con sus partículas.
Algo así, pero diferente, me sucedió hoy en el almuerzo: abrí mi frasco de semillas de sésamo y salieron a volar unas 8 polillas que se estaban alimentando tranquilas y rechonchas. Me aletearon en la nariz pero no me llevaron a ningún lado, así que sacudí un poco las semillas, saqué la parte de arriba y puse un puñado en el revuelto de lentejas y vegetales que me había preparado. Conclusión multiple choice:
a) soy una asquerosa;
b) me voy a volver biónica;
c) estoy pasando a un nivel superior de mi tolerancia por las comidas conservadas en forma dudosa.

martes, 22 de diciembre de 2009

Altruismo

La famosa reflexión de fin de año suele llegar aunque no se quiera. A veces, parece una inspiración repentina, pero en otras ocasiones eso imprevisto se parece más a una patada en el medio de la frente. Así le sucedió a una escandalizada señora que veía ir a su auto, enganchado a la grúa, porque había tenido la desafortunada idea de estacionarlo en Av. Rivadavia a la altura de Primera Junta. Si lo hubiera incrustado en el pico del Obelisco, hubiera pasado más desapercibido, pero cada uno hace su instalación artística donde le queda bien. Diálogo entre la conductora en falta y policías que acompañaban el procedimiento, mientras los cazadores de tránsito cargaban el vehículo:

Señora: ¡ay, no, pero no puede ser! ¡Mi infracción es menos infracción que otras!
Policía 1: no importa, señora, es una infracción.
Señora: no puede ser que se lo lleven, si no fue nada tan grave. Mi problema, mi problema, es que...
Policía 2: a ver, ¿cuál es su problema, señora?
Señora: no, oficial, no es MI problema. Es UN problema que tenemos TODOS, creo yo. Escuche...

Moraleja:
Si es un problema que nos quiere regalar a TODOS, seguro que es SUYO y de nadie más. Si un argentino, tan afecto a considerar que SU problema es el más grave y acuciante de todos, se vuelve generoso y decide compartir sus penurias con los DEMÁS, creyéndolas parecidas y coincidentes, huyan a toda carrera: lo más seguro es que pierdan hasta el ánimo en esa extraña comunión de inconvenientes regalados.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Acting

Bolufleces que comencé a hacer en diciembre:
Parar un colectivo y, cuando veo que no me frena porque me pasé de la parada o ya está saliendo, modular con la boca bien abierta, para que el chofer me entienda: "Ah, no podés ser tan amargo".
Golpear la puerta del colectivo que no va a abrirme y, cuando veo que el chofer me hace que no con el dedito, poner los brazos como quien reciba la iluminación superior (perpendiculares a los hombros, levemente flexionados, palmas para arriba), inclinar el cuerpo y poner gesto de "nah, qué te cuesta".
Obvio, nunca triunfo y siempre tengo que esperar el próximo "servicio" (qué irónico) o seguir caminando. Porque por algo estamos en diciembre: para que todo sea un poco más difícil.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Tamaño

Puf, salgo tan gigante en las fotos que apesto.
En todas las fotos.
Y todo en mí es gigante: cabeza, boca, ojos, espalda, piernas, brazos.
Odio las fotos.

Pirotecnia

Ya se ha mencionado, en años precedentes, lo bodrioso que me resultan las fiestas navideñas. Cada diciembre, refrendo mi sensación de agobio. No obstante, observo que muchas personas se cargan de nuevos bríos, distintos o intensificados con respecto a los que gobiernan sus noviembres. De alegría, de cansancio, de tristeza o de fobia, la variedad de sus aires decembrinos es tan amplia como, súbitamente, peligrosa. Así lo descubrí a bordo del colectivo 141.
Una mujer, con apariencia frágil y suave, tocó el timbre para bajar en la próxima parada. Esa "próxima" estaba a dos veredas de su ring; aún así, el chofer frenó con bestialidad para depositarla en ese lugar. Pero no: ella no quería ahí, sino cruzando J. B. Alberdi, así que le indicó con el movimiento circular de sus índices hacia adelante —como indicando "otra más", "avanzamos" o algo así— que quería bajarse en la siguiente posta. Yo estaba sentada delante suyo, en la hilera de varios asientos del fondo del colectivo, así que escuché cómo se dirigía a otra delicada señora que estaba sentada al lado mío. Reproducción del monólogo:

—¿Qué se cree? No me voy a bajar ahí, ¡con lo que cuesta cruzar Alberdi! Que me deje en la siguiente cuadra. Pero ahora vas a ver: seguro que me lleva hasta Directorio, de la bronca porque lo hice frenar.

(Aclaración: con todo lo que me peleo con los colectivos, esta vez era obvio que iba a seguir hasta Directorio, puesto que antes no había parada. A pesar de ello, la mujer le tocó timbre apenas cruzó Alberdi. El chofer pasó la vereda deseada de la pasajera y siguió de largo. Continúa monólogo)

—¿Qué te dije? Claro, ahora me va a bajar en Directorio. Qué lástima que una no tiene un revólver ahora como para pegarle tres tiros en la cabeza.

La mujer de al lado le contestó algo como "y, sí, la verdad que sí...", descuidando no sólo al pobre colectivero, sino a su propio cronograma, pues era obvio que un conductor con los sesos desparramados por el espejo envuelto con peluche nos retrasaría el viaje. La protagonista de este viaje, pensando en la injusticia de la no-portación de armas a tiempo, se despidió del chofer con un "muchas gracias, igual" y bajó indignada. Los mismos que piden a los gritos seguridad en lugar de justicia son los que se sienten aptos para —si tuvieran los medios necesarios— convertir su propia intolerancia en inseguridad para los demás. De terror.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Taxi2

Y cuando pensé que el mundo de los taxistas no tenía demasiados secretos para mí, dado que me crié escuchando historias buenísimas que surgían a bordo de los autos amarillos y negros, justo me toca un viaje con un tachero careta.
No ahondaré mucho en las circunstancias alegres que me hicieron llegar a museum, en San Telmo, lleno de patovicas indeseables que ni siquiera se pudieron aprender el abecedario como condición esencial (y única) para ingresar al cuerpo inútil y pesado de la policía con uniforme. Sólo diré que alrededor de las 4 am salimos, un grupo de chicas, rumbo a nuestras casas, y que tomamos el primer taxi que pasaba por ahí.
En el transcurso del viaje, una recién re-descubierta compañera de trayecto* se despachó con un "bolivianos, paraguayos, toda esa m..., deberían irse de acá", por lo que otra chica y yo nos dedicamos a explicarle todo lo fascistas, ignorantes y remanidos que habían sido ella y su comentario. Cerró la boca durante todo el viaje y el vehículo comenzó a caldearse de un modo altamente positivo.
Por supuesto, siempre me toca bajarme última del taxi, después de alcanzar a todas las ladies a su hogar. En ese momento, el señor chofer comienza a hablar sobre lo que nadie le preguntó:

—Eh, mirá, vos guiame que yo no tengo idea de por dónde vamos.
—Está bien, seguí por Segurola que te indico.
—No, porque yo te explico: yo soy de Palermo, ¿viste?
—Ah, mirá.
—Y yo laburo siempre por Palermo.
—¿Sólo por Palermo?
—Sí, porque trabajo sólo dos noches por semana. En realidad, soy productor de seguros y hago las noches de fin de semana para enganchar la salida de los boliches.
—Bueno, qué raro que sos taxista y sólo te toca trabajar por Palermo.
—No, no: ahí está el punto. Yo no soy taxista, no me quiero llamar taxista.
—Mirá, mi papá es taxista y a mí me parece genial. ¿Vos no te querés llamar taxista porque no conocés el oficio?
—No, porque no me identifico con el gremio.
—Entonces, vos querés decir que conducís un taxi, no sos taxista.
—Sí, viste, lo hago porque, qué se yo...
—Por gusto, porque no tenés nada que hacer los fines de semana.
—No, tampoco es tan así, viste, bueno, salgo a veces, y...

En ese punto, dejé de pensar que era un nabo sin futuro en el taxi ni en su vida mustia, para empezar a evaluar la posibilidad de que fuera un asesino serial. No le gustaba ser taxista, no le gustaba conducir un taxi, no sabía cuál era la calle y tenía todos los fines de semana libres para subirse a un auto que no le gusta y que le hace incurrir en estas conversaciones insoportables. Le indiqué que ésa era la esquina de mi casa, le di justo para no esperar el cambio, y me fui pensando que todavía no había arrancado y que aún me faltaba media cuadra para abrir la puerta del ph y estar a salvo.

*Va al gimnasio con dos amigas a las que yo, que nunca veo la paja en mi ojo miope, las llamo "las flores de la costa" (continúen la rima). Señas particulares: rubia teñida, remera de leopardo, comentó que tuvo que dejar a un novio porque ella "siempre le da para adelante" y él "no tiene más expectativa que ser un empleaducho de cuarta", y corrió al baño del gimnasio para ver a un pánfilo que, viernes a las 23hs. estaba haciendo pesas solo frente al espejo. Le dije que ese tipo daba pérdidas por donde se lo mirase, que evidentemente se estaba erotizando con su propio cuerpo y que ella, tan pro, no tenía mayores esperanzas. Obvio, no me escuchó.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Taxi1

Cuando voy a Lanús y se hace muy tarde, mi padre suele traerme en auto hasta mi residencia en Flores. Eso pasa casi siempre, pero el "casi" se refrenda cuando decide que está muy cansado para hacer eso, y opta por dejarme en manos de sus colegas, los taxistas.
Así es que ensaya una performance rara: se detiene en Av. Saénz (Pompeya), más o menos enfrente de la iglesia, para esperar que otro taxi no conducido por él se asome con su cartelito rojo de "libre". En esos momentos hace señas, como si su auto se hubiera roto, y baja raudamente. Corre hasta la ventanilla del conductor para pagarle el viaje, antes de que yo lo ataje e, ilusa de mí, crea que puedo impedir su movimiento (me lleva una cabeza de altura y es ciertamente un corpachón). Una vez que observo las gestiones con un poco de incomodidad, finalmente ingreso al vehículo y, desde adentro, le digo: "chau, pá, mañana hablamos".
Eso mismo fue lo que sucedió ayer, madrugada de jueves, cerca de las 3am. Claro que no consideré que estoy un poco grande y que mi padre es algo joven (50) para tener una hija de 28 años, porque el taxista en funciones me dijo, una vez que los saludé y emprendimos el viaje:

—Mirá, conmigo no hace falta que mientan, ¿eh? Yo conduzco y no pregunto.
—¿No preguntás qué?
—No, digo, que no hace falta que digas "chau, papá". Yo no digo nada. No hacen falta las mentiras.
—¿Qué mentiras? ¿Qué podría estar mintiendo yo en esto?
—No, bueno, qué se yo, uno ve tantas cosas en la calle.
—Sí, te entiendo, pero no era mi amante: era mi padre. La que va al lado, si la ves, es mi mamá. Y la de atrás, mi hermana. Nada que ver.

El silencio posterior lo incomodó de más, porque le daba la pauta de su hablar alpédico. Me sacó el tema de la invasión de cucacarachas que tiene en su casa, y casi en la cuadra de mi casa llegó a comentar que las hormigas también lo estaban acosando. Al bajar, le recomendé la casa del fumigador, pero olvidé avisarle que si abre demasiado la bocota tal vez se termine tragando el veneno.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Tresaños

Menos tiempo que el intervalo entre los mundiales,
pero más tiempo que un contrato de alquiler.
Menos tiempo que lo que tarda en volverse vieja una PC,
pero más tiempo de lo que suele esperarse un llamado.
Menos tiempo de lo que demanda un proyecto a largo plazo,
pero más tiempo de lo que duran unas vacaciones.
Menos tiempo del que se requiere para escribir un libro,
pero más tiempo del que se necesita para leerlo.
Menos tiempo que el que pasamos en la primaria,
pero más tiempo del que precisamos para empezar a caminar.
Demasiado poco,
y demasiado.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Fonola

  • Noche y deseo
  • Amor por Internet
  • Como un lobo
  • Chica latina
Los cuatro temas del glorioso Oficial Fabián Schultz (made in Remedios de Escalada, partido de la República de Lanús; que conste en actas) con los que planeo encender mi verano.