miércoles, 27 de mayo de 2009

Trivia

¿A qué no saben a quién escuché hoy? Como los lectores de Insolada ya conocen a los clásicos de este blog, considero que no es necesario que cite la fuente. Tan sólo las ideas, a saber:

"El domingo fui a La Salada y les puedo decir que la gente negra es más buena que nosotros, porque son todos laburantes".

"Es increíble que la gente pasa con sus bolsos por un puentecito al que le faltan las maderas y si pisás mal te caés al Riachuelo. Vos mirás alrededor y es pura falabella, todo falabella*".

* Léase favela.

¿Quién es el famoso?
a. Mi vecina Coca (que está un poco guardada porque el invierno y la noche temprana la deprimen).
b. El panadero de La Veloz (para los que están desde el principio).
c. Mi profesora de gimnasia (la banco porque sus clases me hacen efecto).
d. Mi mamá (sí, la que divaga sobre los desenlaces de la inseguridad en mi persona).
e. Mi papá (sí, el de los comentarios sobre salud reproductiva).
f. La Negra (mi supergatadiva, que por cercanía temática puede entrar en este concurso).

domingo, 24 de mayo de 2009

TeleTridente

Viendo la tele, se me dio por pensar 2 cosas:

  • ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que sodomicen en cámara al rubiecito de country que hace de cronista hippie en el programa de Rolando Graña (GPS)? Cada vez que lo veo interactuando con travestis o marginales, haciéndoles esas preguntas fascistas, le pido al cielo ese favor, pero todavía no tuve el gusto.
  • ¿Cuánto más aburrido puede ser el programa de cultura de Osvaldo Quiroga por Canal 7? Cuando parece que ya ha llegado al tope de sopor, siempre logra superarse y dañarnos la mente una vez más, con guitarreros mustios, temas de literatura falseados desde la premisa (al estilo "El boom de la literatura escrita por mujeres: ¿un nuevo género?") o, lisa y llanamente, con su carita de mejor alumno promoción 1950.

miércoles, 20 de mayo de 2009

NS/NC

De todas las especies que pueblan la fauna social de los afectos, el personaje del evasivo es, por lejos, el que más urticaria me causa.
Ése que cree que lo que se dice nunca le está dirigido; el que considera que nada de lo que hace es tan grave como para generar un problema; el que cree que no está metido en el asunto; el que cree que la responsabilidad es del otro; el que cree que el paso del tiempo lo atenúa todo; el que cree que si no te ve por un tiempo te olvidás; el que cree que si cambia de tema se puede barrer el problema debajo de la alfombra; el que cree que si está mal de ánimo se le perdona todo; el que cree que si está bien de ánimo se le perdona todo; el que cree que porque lo querés lo vas a aguantar así, sin autocrítica; el que no sabe nada de vos pero te derrama todas sus noticias como si fueran un bidón de jugo Suin puro; el que no pregunta sobre tu vida para no meterse en terreno desconocido pero te informa a fondo sobre la suya sin que esboces ni un interrogante retórico; el que cree que no tiene que dar explicaciones por nada; el que cree que la forma en la que se dicen las cosas no importa; el que cree que vos siempre podés comprender; el que cree que si es malo de memoria es impune.
Y no es así. Para qué mentirle, aunque es cierto que tampoco le importan mucho las verdades.

domingo, 17 de mayo de 2009

Urgencias

Los domingos, día de té con masitas y de limpieza de baño (no a la vez), la mente se dispara hacia recuerdos inútiles pero dignos de contarse. Y en relación con lo segundo es que escribo.
Estoy convencida de que, para conocer una casa/bar/predio/institución/etc., hay que hacer una pasada por el baño. Esto es así.: la altura de las puertas, la presencia de material para leer, la cercanía del inodoro con la puerta (con el fin de obstaculizar una tentativa de apertura distraída, para los que siempre creemos que nos van a dejar en la exposición más humillante) y la altura de los espejos son cuestiones muy importantes que hablan de cada construcción. Pero todas esas variables se me diluyeron cuando me sentí obligada a ir al baño en la estación de tren de Angoulême (Francia), a minutos de la llegada exacta del TGV (Train Grand Vitesse o algo así; tomá).
Esos baños son compartimientos a los que se ingresa metiendo algunas monedas en una ranura: se cuenta con algunos minutos para completar el trámite y, luego de irse, a los 10 segundos se baldea automáticamente la habitación con desinfectante y el inodoro se limpia a fondo para esperar la próxima sentada. Se supone que nadie ve ese proceso, porque sucede cuando el usuario ya está afuera.
En esos habitáculos, el inodoro está muy lejos de la puerta de entrada, algo que siempre me pone muy nerviosa por el miedo ya comentado: cualquier idiota puede abrir la puerta y yo ahí, en un momento de plena intimidad y sin regreso del ridículo. Pero ya me encontraba adentro y nada podía fallar tanto.
Cuando estoy desabrochándome las 5 camperas, el jean, el pantalón de gimnasia y llego a la calza que terminaba de abrigar mi anatomía, escucho que alguien pone una moneda en el baño y se dispone a entrar. En medio de la desesperación, los balbuceos en francés desaparecieron y sólo atiné a decir un argentinísimo: "¡Ocupado!", dato que le pasó totalmente desapercibido a la chica rubia que, con un bolso enorme, entró al baño. No se sorprendió de verme, sino que acomodó un montón de cosas en su equipaje, me preguntó de dónde era y me contó que había venido de Finlandia a ver a un amigo. Sin pedirme disculpas, me regaló una historieta en finlandés y huyó del modo espontáneo con el que me había interrumpido. Con el ejemplar en la mano, pensé que por lo menos podría relajarme cumpliendo con mi cometido y mirando algunas viñetas, pero la realidad llamó a mi puerta:

¡El baño se iba a baldear automáticamente!

Por supuesto, lo que siguió fue un pandemonium de agua y desinfectante que me empapó, me asustó y me hizo salir corriendo sin tiempo para mi objetivo fisiológico. Con la historieta en la mano y a medio vestir, volví al andén agitada y segura de que había visto un ocultamiento de hachís sin que me hubieran dado siquiera una propina lisérgica.
El TGV llegó, impasible y dando muestras de la formalidad europea en cuanto a horarios y estilos. Pero siempre hay un lugar para el desorden más insólito, a pesar de los instructivos y las organizaciones de tiempo y espacio.

jueves, 14 de mayo de 2009

Deseo

En noches como hoy, no tengo nada interesante para escribir. Sí, mucho para redactar (que no es lo mismo) y eso hace que me dé cuenta de todo lo que me gustaría tener tiempo para algo interesante que escribir y nada pendiente para redactar. Tipear letras de teclado no es lo mismo cada vez.

Pasajeras

Recién ahora entiendo que la fineza devaluada de mis últimos posts —especialmente el de la farmacia— era tan sólo una premonición web de lo que vendría. Yo creía que los viajes más caóticos que podía llegar a vivir eran los que realizaba con mi familia hasta Santa Fe, en auto, en los que podían alternarse porciones de tarta de verdura, perros caminando por los asientos, mochilas obstructivas, fastidio circundante después de las 5 hs. y kilómetros que parecían de chicle porque nunca se terminaban.
Pero no.
Con la amiga Magui viajamos en un bus experiencial desde Asunción a Buenos Aires. Días antes, como es obvio, habíamos completado el trayecto inverso, pero lo que nos interesa escribir a las dos —pues ella ya ha realizado la crónica pertinente en Se Acabó lo que se Daba— es el Decálogo del Regreso.
1. La matemática sufrió un cisma en su historia antiquísima al descubrir que 2 asientos no se corresponden con 2 personas, sino con 3, con 4 y, mediando el disimulo, hasta con 5.
2. Mientras tanto, el tualé demostró una justa inflexibilidad al resistir los embates del organismo sólo en la medida de los pasajes vendidos, por lo que el remanente humano nos destrozó el sanitario cuando ni siquiera habíamos pasado Formosa.
3. Los niños volvieron a darnos la razón sobre que hay que esperar a los 18 años no sólo para que voten y manejen autos, sino también para que viajen solos, sin los insoportables de sus padres, y dejen dormir al resto.
4. Un bebé engripado, afiebrado y flemoso nos acompañó con sus gorjeos durante toda la noche.
5. Un museo de pañales devastados surgió del piso para confirmarnos que teníamos el territorio tomado.
6. Las dos películas seleccionadas para nuestra convivencia harto involuntaria se leían mal y duraron 1/2 hora más de lo previsto.
7. La cena (milanesa frita fría con arroz blanco y seco) era una trampa para el sistema gastrointestinal, de la que pudimos salir airosas.
8. El desayuno era de lo más triste que he recibido, y creo haber aclarado alguna vez lo importante que es para mí esa comida del día.
9. El almuerzo improvisado por algunos pasajeros concentraba tanto ajo que creí que me iba a achicharrar como una vampira contra la ventanilla. Creo haber sugerido, también, que detesto el ajo con todas las fuerzas de mi gula culinaria.
10. Las desesperantes migas fueron el denominador común de mi sueño, mi vigilia y mi espera.

Pese a todo, me reí tanto que escribo este post.
(Si quieren seguir leyendo, en Se acabó... estará el reporte-espejo de esta travesía)